Saturday, April 13, 2019

Sin luz en Caracas. Crónica de un apagón.



Estamos en marzo de 2019.

Mi hija vive en España. Es médico. Se fue del país como una forma de escape de la situación actual. En el sector de la salud es más palpable el desastre. Ausencia de insumos que dificulta enormemente el ejercicio de la medicina, complica los tratamientos y los médicos se ven impedidos de recetar a sabiendas de que no se encontrarán los productos en las farmacias.

Llegó al país el 4 de marzo, horas antes que Guaidó, lo que implica decir la esperanza de tener un país mejor.
Todo estaba tranquilo en un día normal del aeropuerto. Nadie esperaba que Guaidó llegara por allí, tal como él mismo lo había anunciado. Los rumores decían que ya estaba en Caracas. Y eran creíbles ya que no había quien admitiera que se atrevería, pues sería apresado por el gobierno. Y llegó. Yo estaba allí. El frenesí no fue normal. Algarabía. Gritos de Libertad. Guaidó es sencillo. Se acerca, abraza, se toma selfies. Tiene un discurso muy simple, muy llano, que llega a la gente. Yo tenía miedo de que lo apresaran. Había muchos militares en y alrededor del aeropuerto. Pero nada pasó. Guaidó llegó, como lo prometió.

Mi hija llegó horas más tarde. Dos años sin venir al país. 24 meses que no han sido tales. En realidad han pasado como 10 años de sucesos. “La cosa ahora está más dura” diría Ruben Blades. Ya lo comprobaría por sí misma. El abrazo fue muy sentido. Prolongado. Un funcionario se acercó a pedir que nos moviéramos de sitio. No se atrevió a hablar. Se retiró lentamente. Yo lo vi. Mi hija no. Después le expliqué. Ella se disculpó. El funcionario no aceptó la disculpa y le dijo: “Bienvenida a Venezuela”. Después de dos años sin venir. O quizás diez.

El día 6 celebramos el cumpleaños número 24 de mi hijo. En petit comité pues muchos de sus amigos ya dejaron el país.
Hay mucha escasez de productos básicos. Ni qué decir de los otros. En algunos sitios se consiguen, pero a precios exorbitantes. Algo nunca visto es que los supermercados se hallan muy vacíos. Pasillos completos donde no ves un alma a una hora en la que típicamente se hallaban repletos. La crisis. Ya no se ven las amas de casa que te daban un consejo acerca de cómo cocinar un producto. Datos invalorables. Esa escena ya no existe.

Y así nos llegó el 7 de marzo. Día normal de trabajo. En la empresa, de 150 que éramos, quedamos 30. Las actividades se han reducido al mínimo posible y los 30 hacemos lo que podemos para continuar sin tirar la toalla. El horario de salida es a las 4:30 pm. Muchos se van en punto, por las dificultades de transporte. Unos pocos nos quedamos a extender el día.

Recuerdo muy claro que a las 4:40 se fue Morela. Hasta mañana y un beso. No pasó mucho tiempo cuando quedamos sin electricidad. Paramos el trabajo, que se hace con computadores. Se supo por twitter que el corte fue en toda Caracas. Pronto supimos que en todo el país.

Regresé a casa con la esperanza de que la luz volviera y que fuese uno más de tantos cortes parciales que ocurren. 30 minutos. Una hora. Dos horas. Los teléfonos celulares aún funcionaban y así supe que los míos estaban bien. Las horas fueron pasando y con ellas se fue diluyendo la esperanza de que la luz volviera. Recordé el famoso hashtag #SINLUZ en twitter, para informar de los cortes prolongados de electricidad. Dejé luces encendidas en la casa para poder detectar la llegada de la electricidad. Nada.

Amaneció el viernes 8 de marzo y las lámparas seguían sin encender. Fue un viernes lúgubre. Casi sin noticias. El ministro de información denunció sabotaje. El ministro de electricidad ya lo había hecho el día anterior y puso plazo a los trabajos de reparación. 3 horas, pasadas las cuales no hubo otro informe. Él también se sumió en la oscuridad. Revisé twitter y la gente que está en el exterior manifestó su alarma por no tener noticias de sus familias en Venezuela. La angustia se iba acrecentando en la medida en que los celulares se quedaban sin baterías, al igual que las celdas de telefonía.

Poco a poco fuimos entrando en la oscuridad total. En la tarde del viernes algunos sectores recuperaron la energía. Todo parecía ir resolviéndose, en lo que ya de por sí era el apagón más grande que había vivido Venezuela. No duró la dicha en casa del pobre y la luz volvió a irse, tal como vino. Y no ha vuelto a esos sectores. Lo grave es que no hay comunicación telefónica. Nadie sabe nada a menos que salga y se entere a viva voz. Todos con la misma pregunta: ¿Hasta cuándo? Sin respuesta.

El sábado 9 de marzo cumplió años mi mamá. 84. Con la presencia de mis hijos fuimos a cantar cumpleaños. Sólo al llegar nos enteramos que tampoco tenía luz. Subimos las escaleras y le tocamos la puerta. Cantamos, en el ya usual petit comité. Con sus amigas de la misma edad. Muchas no vinieron porque no pueden subir ni bajar las escaleras. Regresamos temprano, antes de que oscureciera.

Vivo en un punto alto de Caracas desde donde pude ver la ciudad entera en tinieblas. El viernes en la noche había algunos sectores alumbrados. El sábado ya no. La ciudad estaba convertida en una enorme mancha negra. Y un silencio. Una pena.

El 10 de marzo es un domingo atípico. Muchas preguntas en la mente. Más tarde saldré a pescar noticias de boca a boca. Ni siquiera hay tambores que anuncien algo. La luz del día y la falta de distracción electrónica me han servido para hacer dos cosas que tenía tiempo postergando.

Organizar y limpiar la biblioteca. Y leer en papel. Ya terminé “El Lago”, de Banana Yoshimoto, hermoso libro que parece extraído de los sueños, como todos los libros de la autora. Y ahora empecé con “Ciencias Morales” de Martín Kohan (Premio Herralde de Novela). Por esa parte estoy feliz.

Le doy gracias al cielo que mi esposa no me hizo caso cuando le propuse cambiar la cocina de gas a una eléctrica. No hubiese podido cocinar. La falta de agua comienza a ser un problema. Las bombas no funcionan sin electricidad por lo que no hay abastecimiento a los tanques y por ende no llega a las casas. Hay vecinos abajo llenando los baldes. Yo tengo un tanque en casa que aún tiene capacidad para unos días. ¿Qué llegará primero? ¿La electricidad o el vacío total del tanque?

Se oyen voces contando de los fallecidos que estaban en terapia intensiva en los hospitales. De los niños sin incubadoras. Me vuelvo sordo ante esos cantos que me hacen llorar. Eso sin contar con la gente infartada subiendo escaleras, las farmacias cerradas, las emergencias de los hospitales, los accidentes de tránsito y las bombas de gasolina cerradas. Algún día se oirán esas cifras, y las voces en las zonas del desastre. Muchas cosas que contar. Qué terrible. Todos esperamos el chispazo que anuncie la llegada de la electricidad (en muchos casos, salvadora).

Vivíamos en un país moderno, mirando al futuro. Ahora, y por lo pronto, permanecemos en la sombra. Sigo leyendo a Kohan y sus Ciencias Morales mientras cocino un arroz y luego unas lentejas. Lo que no es perecedero se va perdiendo poco a poco. La nevera ya no enfría.

Fui a ver a mi madre. Ayer cumplió años y hoy volvimos a comer un pescado que preparó. Fui con mis hijos. Luego los llevé a casa y regresé a la mía. No vivimos juntos.

Cuando llegué a casa había luz. Pensé encontrar todo oscuro, pero no. Alguien me dijo que acababa de llegar. Me alegré. Llamé por teléfono a mis hijos para darles la buena nueva. Arreglé las cosas en la nevera. La limpié. Luego me senté a revisar twitter. A ponerme al día luego de 75 horas sin luz. Pasada la media noche volví a quedar a oscuras. Se trataba de un abrebocas. Mañana no sé si iré a trabajar. Ya se verá.

Es lunes 11 de marzo y no acudo al trabajo. Razones obvias. Pasé todo el día sin luz. Sientes como que vas perdiendo la serenidad. La luz llegó, finalmente, el martes 12 a las 5:30 am. Había protestas cerca de mi trabajo y decidí no ir, por segundo día. Amenazaban con saquear un automercado que está al lado, en la misma cuadra de mi oficina. La Guardia Nacional tuvo que intervenir. Mañana intentaré regresar a trabajar. Cada día surge una complicación distinta.

Hoy es miércoles 13 de marzo. Volví a la oficina. En la calle la gente cabizbaja y meditabunda. Nunca nada será igual.

3 comments:

Unknown said...

Si hay algo que es una verdad inocultable, es que después de estos días de oscuridad, ni seremos los mismos, ni nada será igual, algo así escribí en mi Blog!... Mucha suerte al tener cocina a gas, al menos pudiste cocinar, nosotros logramos sortear esa dificultad pero es una angustia, sin luz, sin agua y sin poder cocinar decentemente ....

RosaMaría said...

Cuántas emociones encontradas amigo lejano y nunca olvidado. Tristeza, incertidumbre, dolor por los que están peor, en fin, vivimos momentos terribles. Lo rescatable es saber que tu familia está bien, que pudieron abrazarse y cantarse, es lo que más se valora en estas circunstancias. Mucha fuerza y un gran abrazo de mi parte.

Oswaldo Aiffil said...

Hola. Bienvenido. Nunca más seremos los mismos después de experimentar esa situación. Tortura psicológica.Mejores tiempos vendrán. Un abrazo solidario.

Hola Rosa María. Un carrusel, la verdad. Una montaña rusa. Un abrazo enorme.