El día ha estado extraño hoy. Luminoso y radiante al mediodía, se ha
dejado caer en la tarde con vientos fuertes y un olor a lluvia proveniente de
quién sabe dónde, que presagia mucha agua a caer durante la noche.
Bajo a comer en el restaurante de siempre, donde ya todos me conocen (mesonero,
clientes, etcétera) y da la impresión de que hasta saben lo que voy a pedir. El
menú, que poco cambia, no ayuda. La gente es más o menos la misma siempre. Nos
miramos como se miran los niños en el aula de clases. Ya cada uno imagina lo
que hace cada quién antes de sentarse en su puesto. ¿Rutina? Quizás.
Nos saludamos como siempre. Ni siquiera nos piden lo que vamos a beber.
Escucho la licuadora a lo lejos. Ese ruido me anuncia que alguien me ha visto
desde adentro y ha puesto en marcha el mecanismo. Automático.
Todo lo hace la costumbre.
Sin embargo pienso que la vida es un eterno cambio. Quisiera estar en
otra parte, haciendo otras cosas, visitando otros lugares donde al principio no
me conozcan. Que muestre otros colores y olores, otras voces. Al final volverá
a ser habitual porque suelo visitar los mismos lugares, es decir, me convierto
rápidamente en habitué. De ello no puedo ni quiero escapar porque me amoldo a
los sitios donde me siento bien. Soy así.
Suelo comer en la terraza, al aire libre. Allí, al lado de un jardín que
alberga a una especie de palmera cuya flor es un extraño bulbo grande y
amarillo. Esa palmera expele, de vez en cuando, un olor fuerte, medio cítrico,
que produce una leve dificultad al respirar. ¿Es su defensa acaso contra los
enemigos naturales? Puede ser, pero no me toma en cuenta. Ni siquiera le
importa que vaya a comer.
A veces pienso que sabe, muy adentro, que no soy muy amigo de las
palmeras y que prefiero a las coníferas. ¿Por que? No sé bien. Algo natural en
mí. La venganza es dulce, pensará la palmera. No me quieres, no te quiero.
Miro su tronco enrevesado y la siento complicada. Incómoda con su propio
cuerpo. Ella lo sabe y el olor se intensifica. Al final la olvido, entre la
conversa y la indiferencia. Y la dejo de sentir. La veo triste. ¿Percepción o
señal que me envía? No lo sé.
Lo que no pierde nunca es la coquetería. Ha floreado varias veces en un
año. Las flores son raras. Ella es rara. Pero eso no es importante.
Igual se siente mujer. Y se enfada, expeliendo su olor, cuando tiene cerca a
tipos como yo a los que no le gustan mucho las palmeras.
2 comments:
Interesantes reflexiones... Tolerancia, eso es lo que hay entre la palmera y tu, ella sentirá también tu olor y el de tu casi rutinaria comida. No creo que falte atracción entre vosotros, imagino que se sintió halagada con la foto y perfumó el ambiente para que lo supieras.
Un abrazo grandote.
Hola mi querida RosaMaría. Gracias. En realidad no me gustan mucho las palmeras pero como dices, nos toleramos mutuamente jejeje. Me gusta tu pensar en cuanto al halago de la planta jejeje. ¿Será? Un beso enorme mi bella!
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