“Era un jueves gris, llovía.
Pídeme un remís decía,
en el lobby de un hotel barato,
viene de rentar su piel un rato,
con la algarabía del deber cumplido”
Ricardo Arjona: Iluso
Pídeme un remís decía,
en el lobby de un hotel barato,
viene de rentar su piel un rato,
con la algarabía del deber cumplido”
Ricardo Arjona: Iluso
Pienso mucho en “Once Minutos” de Paulo Coelho. La leí hace tres años buscando en ella la fórmula mágica que me descifrara la tenue frontera que existe para ellas entre lo íntimo y lo público.
María, la protagonista de la novela antes citada, escribió un día en su diario algo que me pareció clave: “…veo que aquellos que tocaron mi alma no consiguieron despertar mi cuerpo y quienes tocaron mi cuerpo no consiguieron llegar a mi alma”.
Difícil de interpretar pero allí está escrita la clave de todo.
Quiero entonces contar la historia de Eddy (nombre ficticio, por supuesto). Llegó a Caracas buscando un mejor futuro a partir de un cambio en su vida que había comenzado en su país de orígen.
Allá estaba felizmente casada con un eminente médico, con el cual procreó una hermosa criatura llamada Annie (también ficticio).
Todo era alegría en el hogar. Los hechos se desencadenaron muy rápido. Ella comenzó a notar cambios, inicialmente leves, después mas profundos, en su actitud. Ya no era el mismo hombre amoroso que había sido hasta entonces. Al indagar recibía como excusa los avatares de la profesión, las guardias, los pacientes urgidos, la dura vida de un médico. Pronto acabaría descubriendo lo que poco a poco habían ido anunciando las fragancias femeninas impregnadas en su ropa, las manchas de lápiz labial.
Todo era alegría en el hogar. Los hechos se desencadenaron muy rápido. Ella comenzó a notar cambios, inicialmente leves, después mas profundos, en su actitud. Ya no era el mismo hombre amoroso que había sido hasta entonces. Al indagar recibía como excusa los avatares de la profesión, las guardias, los pacientes urgidos, la dura vida de un médico. Pronto acabaría descubriendo lo que poco a poco habían ido anunciando las fragancias femeninas impregnadas en su ropa, las manchas de lápiz labial.
Al saberse descubierto decidió, sin más, marcharse. Ella no hizo nada por evitarlo.
Se sintió sola en el mundo. Nadie, en principio, quería acercársele. Son asuntos personales entre marido y mujer, alegaban.
Se sintió sola en el mundo. Nadie, en principio, quería acercársele. Son asuntos personales entre marido y mujer, alegaban.
No pudo soportar la presión social. Un día decidió dejar en el camino a amigos, familia y todo lo que había sido su vida en todos esos años. Con sus ahorros compró un par de boletos sin retorno a Venezuela.
El cambio fue radical. Total. No conocía a nadie en absoluto. Nadie a quien pedir ayuda.
Logró alquilar un apartamento adonde se mudó con su pequeña hija. Le estaba costando mucho rehacer su vida en un país extraño donde lo único que le era familiar era el idioma.
Pero tenía una hija convertida en el motivo por la cual debía salir adelante. Invirtió todos sus ahorros en un taller de costura. Compró las máquinas, los hilos, las telas, contrató las costureras.
El taller no fue exitoso debido en gran parte a que no podía estar siempre al frente de éste por el tiempo que dedicaba a su hija, acompañándola a la escuela, motivándola a estudiar y a adaptarse al nuevo escenario.
Logró alquilar un apartamento adonde se mudó con su pequeña hija. Le estaba costando mucho rehacer su vida en un país extraño donde lo único que le era familiar era el idioma.
Pero tenía una hija convertida en el motivo por la cual debía salir adelante. Invirtió todos sus ahorros en un taller de costura. Compró las máquinas, los hilos, las telas, contrató las costureras.
El taller no fue exitoso debido en gran parte a que no podía estar siempre al frente de éste por el tiempo que dedicaba a su hija, acompañándola a la escuela, motivándola a estudiar y a adaptarse al nuevo escenario.
No pudo así evitar que la empresa del taller fracasara. “El ojo del amo engorda el ganado” dicen aquí en Venezuela. Al no poder atender el negocio, este anduvo a la deriva hasta que tuvo que cerrarlo, quedándose esta vez sin sus ahorros y con una hija que mantener.
Justo en esos días la conocí. Era alta, de piel cobriza, ojos grandes y mirada profunda. No accedía a intercambiar mas que monosílabos al principio, y luego no iba mas allá de un “hola” y un “adiós”.
Yo asistía en ese entonces a la universidad y a veces pasaba mucho tiempo antes de verla de nuevo. Llegué muchas veces a pensar que se había mudado. Entonces volvía a verla. Pero nada de avance.
Su hija en cambio era todo sonrisas para conmigo. Ella trataba de evitar que la niña me mirara. Hacía esfuerzos por distraerla. Pero la niña nunca dejó de sonreírme, mirarme y, finalmente, correr hasta mi y abrazarme cuando me veía.
Ella, a pesar de todo, permanecía firme en sus propósitos de aislarme, fría, indiferente. Sabía que no podía evitar mi contacto con su hija, pero hasta allí. Apenas un “hola” y un “adiós” eran mi mayor conquista.
Una noche nos encontramos en el estacionamiento, de manera fortuita. Estaba radiante. Maquillaje perfecto. Perfume afrodisíaco. Su carro fallaba y no encontraba la forma de encenderlo. Me ofrecí para ayudar. Como pude logré ponerlo en funcionamiento. Ese día obtuve un “gracias, es usted muy amable, hasta luego”. Era mi trofeo en el momento. Había ido más allá.
La siguiente vez que nos vimos volvió a campear la indiferencia. No podía entenderlo. De nada valieron mis intentos por avanzar. No encontraba las razones de semejante actitud.
La siguiente vez que nos vimos volvió a campear la indiferencia. No podía entenderlo. De nada valieron mis intentos por avanzar. No encontraba las razones de semejante actitud.
Un amigo me trajo la dura respuesta un buen día. Me dijo: -ven conmigo este sábado y voy a mostrarte el lugar donde trabaja.
No dude un momento en ir hasta allá. La planta principal del negocio era un bar. Había muchísima gente bebiendo, conversando y fumando. Nos desplazamos a través de la densa capa de humo hasta unas escaleras situadas al fondo del local. Subimos y en la parte superior era otro el ambiente. Habían mujeres, muchas mujeres, ligeras de ropas. Era un prostíbulo. Y allí estaba Eddy.
No dude un momento en ir hasta allá. La planta principal del negocio era un bar. Había muchísima gente bebiendo, conversando y fumando. Nos desplazamos a través de la densa capa de humo hasta unas escaleras situadas al fondo del local. Subimos y en la parte superior era otro el ambiente. Habían mujeres, muchas mujeres, ligeras de ropas. Era un prostíbulo. Y allí estaba Eddy.
Al principio no me distinguió entre la oscuridad y se acercó hasta donde estábamos mi amigo y yo. Cuando por fin pudo reconocerme, se quedó estupefacta, mirándome. Luego de unos segundos que parecieron minutos, se dio media vuelta y desapareció tras unas cortinas. No volvió a salir de allí.
Nos fuimos.
La verdad es que no supe que hacer, ni cómo reaccionar, ni cómo manejarlo, me fui muy triste a casa ese día. Nada que decir.
Guardé el secreto y le pedí encarecidamente a mi amigo que no lo divulgara.
Pasó bastante tiempo antes de que nos volviésemos a encontrar. Esta vez no levantó la mirada del piso. Su hija estuvo cariñosa como siempre. Ella, silente, como ausente, y no era para menos. Había descubierto su lado oculto.
Pero la historia no termina aquí...
4 comments:
No juzgo a Eddy, tendría sus motivos, sus razones...la desesperación de una hija que mantener en un país desconocido, como una extranjera.....espero por la segunda parte...
Un beso
Amigo...me impactó tu blog..destilas un ser humano realmente hermoso...gracias por tus post..todos, todos dicen quien eres...y "once minutos" me conectó con mi "diosa interna"...gracias por tus post
Hola, gracias por pasar por mi blog! Estaré pendiente del tuyo...
Hola!!... ehmm... fue un post fuerte e interesante... espero la segunda parte...
Hay muchas cosas en la vida que llevan a soluciones que otros considerarían extremas, pero hay una realidad dura tras el día a día...
Saludos ^^ nos estamos leyendo! byee
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