Saturday, December 27, 2014

Mis lecturas del 2014


De nuevo escribo este post donde reseño los títulos que pude leer en el 2014 que ya finaliza.

La elección de cada uno obedeció a causas diversas pero al final creo que me he nutrido bastante con esas páginas que los autores han plasmado con la esperanza de que sean leídas por nosotros en algún momento.

Este año pude leer 41 libros, hermosos en su mayoría. Estos libros me llamaron desde los anaqueles de diferentes librerías de Caracas y Bogotá. Gracias enormes a los libreros amigos que no escatimaron el tiempo para conversar conmigo sobre los contenidos y los autores. La verdad es que uno se enriquece con esas valiosas conversaciones con ellos en las que termina creciendo el amor por los libros y por el acto en sí de leerlos.

¿Cuál fue el que más me gustó este año? Escogerlo es difícil, pero siempre doy preferencia a aquellos relatos que me hicieron vibrar más, con una narrativa inteligente que terminó involucrándome en las tramas y en los sucesos. Eso es lo que más me gusta de un libro y la elección no tiene nada que ver con el prestigio del autor o del libro en sí.

No pude escoger un solo ganador este año, quedándome con tres, que son: “Némesis” de Philip Roth (Mondadori, 2011), “Vida de Motel” de Willy Vlautin (La otra orilla, 2007) y “Realidades de humo” de María Zaragoza (Belacqva, 2007). Tres libros verdaderamente extraordinarios, que lograron su cometido de hacerme desaparecer de la realidad entre sus líneas y me hicieron involucrar profundamente en otras vidas de ese universo paralelo en que deviene la literatura.

Mención especial es para los dos libros de Herta Muller que leí, “En tierras bajas” (Siruela, 2009) y “El hombre es un gran faisán en el mundo” por su prosa poética, que cautiva, y por la valentía de la autora para contar de una forma delicada lo que vivió en carne propia en la Rumanía de Nicolae Ceausescu.
                                       
¿La lista (de los que terminé de leer)?

“La ley del cuerno”. Juan Villoro et all. Punto Cero, 2011.

“La tormenta”. Germán Castro Caycedo. Planeta, 2013.

“Los peces no cierran los ojos”. Erri de Luca. Seix Barral, 2012.

“Operación Pablo Escobar”. Germán Castro Caycedo. Planeta, 2012.

“Simonovis. El prisionero rojo”. Iván Simonovis. Cyngular, 2013.

“Matrimonio por interés y otros relatos”. Mijail Zoschenko. Acantilado, 2005.

“Así es como la pierdes”. Junot Díaz. Vintage, 2013.

“Caracas muerde”. Héctor Torres. Punto Cero, 2012.

“Realidades de humo”. María Zaragoza. Belacqva, 2007.

“Octubre en Pekín”. Santiago Gamboa. RandomHouse Mondadori, 2001.

“Pasaje de ida. 15 escritores venezolanos en el exterior”. Silda Cordoliani (compiladora). Editorial Alfa, 2013.

“Un fantasma portugués”. Miguel Gomes. Otero Ediciones, 2004.

“La herencia de la tribu”. Ana Teresa Torres. Editorial Alfa, 2010.

“La verdad sobre el caso de Harry Quebert”. Joel Dicker. Alfaguara, 2013.

“Pedro Páramo”. Juan Rulfo. R. M. Verlag, 2013.

“Los maletines”. Juan Carlos Méndez Guédez. Siruela, 2014.

“El lobo estepario”. Herman Hesse. Alianza, 2010.

“Ensayo sobre la ceguera”. José Saramago. Santillana, 2013.

“Vida de motel”. Willy Vlautin. La otra orilla, 2007.

“Morir para contarlo”. Julio Fuentes. La esfera de los libros, 2002.

“Sexygirl”. Mario González Restrepo. Editorial Norma, 2007.

“Hot Sur”. Laura Restrepo. Planeta, 2012.

“Mamá”. Joyce Carol Oates. Alfaguara, 2010.

“Hacerse el muerto”. Andrés Neuman. Páginas de Espuma, 2011.

“En tierras bajas”. Herta Muller. Siruela, 2009.

“Perdidos en Frog”. Jesús Miguel Soto. Lugar Común, 2012.

“Ruedalibre. Crónicas Inoxidables”. Salvador Fleján. CEC S.A., 2014.

“Ojalá Octubre”. Juan Cruz Ruíz. Alfaguara, 2007.

“Espejo retrovisor”. Juan Villoro. Seix Barral, 2013.

“Mientras cenan con nosotros los amigos”. Avelino Hernández. Candaya, 2005.

“Dinero fácil”. Hensli Rahn. Libros del Fuego, 2014.

“El tiempo entre costuras”. María Dueñas. Planeta, 2009.

“Camino de Los Ángeles”. John Fante. Anagrama, 2002.

“Indignación”. Philip Roth. Random House Mondadori, 2009.

“En medio del blanco”. Kira Kariakin. Oscar Todtmann, 2014.

“Complicada bondad”. Miriam Toews. Anagrama, 2007.

“Contraespejismo”. Eduardo Liendo. Alfaguara, 2007.

“El juego de Ripper”. Isabel Allende. Penguin Random House, 2014.

“Némesis”. Philip Roth. Mondadori, 2011.

“El matrimonio de los peces rojos”. Guadalupe Nettel. Páginas de Espuma, 2013.

“El hombre es un gran faisán en el mundo”. Herta Muller. Siruela, 2009.

Libros muy interesantes, algunos clásicos de la literatura, un poemario, ficción, crónica, testimonios, anécdotas de viajes, thrillers, estuvieron en mi elección de este año.

Decidir sobre los ganadores, difícil como siempre, porque es complicado escoger entre muchos libros buenos.

La invitación es a seguir leyendo, en la medida de lo posible. Tengo mucha ilusión con los títulos que intentaré leer en el 2015. Ya les contaré en su momento. Un gran abrazo a todos y mucho éxito en sus propuestas para el 2015.

Anexo el link con los elegidos en el 2013.

Sunday, December 21, 2014

Los peces en el acuario


Transcurrían los años de mi adolescencia, y a mis amigos se les ocurrió que todos debíamos ponernos a criar peces, un pasatiempo muy interesante con unas mascotas que ni ruido hacen en casa.

Así las cosas, fuimos a una tienda de mascotas que quedaba cerca de la Plaza Tiuna, cuya especialidad eran los peces ornamentales. La tienda impresionaba por sus enormes acuarios que reproducían diversos ambientes submarinos, con piedras, algas, una especie de noria que generaba burbujas y oxigenaba el agua, facsímiles de barcos hundidos y otros pequeños objetos para que los peces se sintieran como en casa, eso decían.

Las atracciones principales eran los acuarios con peces cebra, con sus rayas blancas sobre fondo negro, o rayas grises, o plateadas, según les llegara la luz solar. Y las carpas doradas o “Goldfish”, unos peces color naranja con unas aletas grandes muy vistosas.

Antes de comprar los peces había que comprar el propio acuario, que era costoso para nosotros, y después los objetos que creaban el ambiente propicio para los peces tales como  el filtro del agua, la grava y la arena, las algas, el generador de oxígeno, el anti-cloro y la comida de los peces.

Una vez que está funcionando, el acuario se convierte en una fuente de relajación total en la casa. Todos los días, apenas llegar de la escuela o del trabajo, te puedes sumergir (en el sentido imaginario, claro está) con los peces, observar sus movimientos y reacciones, la convivencia entre ellos, el movimiento del agua con las burbujas de oxígeno y tantas otras cosas.

Mi acuario fue poblado inicialmente con una pareja de peces cebra. Yo los veía iguales pero la señora del Acuario Tiuna los sabía diferenciar y me juró que se trataba de un macho y una hembra. Ya en casa, disfrutaba al verlos compartir sus días con tranquilidad, muy felices. Cuando les ponía la comida no se la disputaban, sino que uno de ellos esperaba que el otro comiera y luego se acercaba a hacer lo suyo. Una existencia en total armonía que me daba mucha paz.

Cada mes lavaba el acuario, y para ello sacaba a ambos peces con un colador y los introducía a un acuario más pequeño mientras limpiaba la grava, cambiaba el agua, restregaba las paredes y luego de llenarlo de agua, agregaba el anti-cloro hasta que, después de un tiempo prudencial, regresaba los peces a su ambiente original.

Un día decidí agregar un nuevo miembro a la comunidad conyugal y compré un goldfish, que aportó belleza al acuario con sus colores, a veces rojo, a veces naranja o dorado, según la incidencia de la luz. Aparte de la extrañeza que genera la llegada de un nuevo inquilino, que ocurre igual para los peces, hubo aceptación de parte de los cebras. El nuevo pez se acostumbró a convivir sin inconvenientes. La pareja en lo absoluto varió sus hábitos. Y no puedo negar que estaba pendiente de algún día ver a la hembra preñada y luego una nueva camada de pececitos cebra en el acuario.

Un día estaba haciendo la limpieza y mientras trasladaba a los peces al acuario pequeño, uno de los cebras cayó a través de las rejillas en el albañal. Como éste tiene un sello de agua, el pez estaba vivo, nadando en la incomodidad del sello mientras yo hacía esfuerzos inútiles por sacarlo sin hacerle daño. Vanos fueron mis intentos. Ningún colador cabía por la hendidura. No pude. Como no soportaba verlo allí, encerrado y desesperado, vertí una gran cantidad de agua en el albañal hasta que desapareció del pocito del fondo. En realidad no creo que haya sobrevivido en las cañerías mucho tiempo.

La tristeza mía se contagió rápidamente al pez cebra que quedó en el acuario. Ni siquiera volvió a nadar igual. Se volvió taciturno, quedando por largos ratos inmóvil, apenas moviendo las aletas para respirar, como en una eterna espera por su pareja. Mientras, el goldfish permaneció indiferente, ajeno a su nueva realidad, como si nada hubiese sucedido.
No volví a ver el acuario sin que la tristeza me perturbara. Igual seguía alimentando y cuidando a los peces pero el entusiasmo fue mermando.

Uno de mis amigos viajaba con frecuencia al oriente del país y se trajo a casa unos peces pequeños que capturó en un río. Los crió en un acuario y al tiempo comenzaron a reproducirse en gran medida. 

Eligió compartir con sus amigos algunos de las nuevas camadas porque su acuario estaba saturado. Yo los fui a ver y me gustó su aspecto, por lo que me traje tres para mi acuario.

Recuerdo que fue una noche cuando los coloqué junto al cebra y el goldfish. Al día siguiente, cuando fui a ponerles la comida encontré al goldfish flotando, malherido, y al cebra destrozado por completo.

Los nuevos peces eran agresivos y durante la noche atacaron a los viejos habitantes y los mataron. La agresividad no es algo que pueda ser visible para que yo vislumbrara lo que podía ocurrir, y como los puse de noche no pude evitar la tragedia. Cuando los vi en la mañana, ya no había mucho que hacer.

Devolví los peces asesinos a mi amigo, que también estaba asombrado por lo que pasó pues en su acuario no sucedió nada extraordinario. Claro, todos los peces eran de la misma especie asesina. "Tigre no come tigre", dice un refrán.

El acuario y la cría de los peces pasaron a ser una experiencia triste en mi vida. 

A veces veo los acuarios en los restaurantes chinos, cerca de la entrada y me detengo brevemente a ver los peces nadar apaciblemente, rodeados de algas, luces, norias oxigenantes, barcos hundidos y esbozo una media sonrisa antes de seguir hacia las mesas…

Wednesday, December 03, 2014

Libre como el mar


A papá le gustaba mucho pasear por Caracas. Recorrerla de extremo a extremo. Si de caminar se trataba, mucho mejor, y con nosotros.

Yo perdí la cuenta de las veces que caminamos por completo el Parque del Este. Y las que nos montamos en un autobús conocido como “Circunvalación Número 5” donde podías recorrer Caracas de extremo a extremo. A cada tanto él te iba enseñando algún monumento, o casa, o edificio importante y te citaba alguna anécdota histórica del mismo, lo cual no hacía sino enriquecer la travesía. Lo mismo en el Parque. Parecía tener una anécdota para cada cosa importante del paisaje. Ahí supe que había vivido intensamente.

Tiempo antes de morir nos pidió que, llegado el momento final, lo cremáramos. “No quiero que me entierren. Quiero convertirme en cenizas y que ustedes me esparzan en algún lugar para que me lleve el viento”.

Quería ser libre, aún después de muerto. Hace tres meses que se fue. Apenas el fin de semana le cumplimos su voluntad. Nos costó ponernos de acuerdo. Eran varias opiniones. La de mamá, la de mis hermanos y la mía. Guardar el cofre en casa, llevarlo a un columbario en el cementerio, esparcir las cenizas en la cima del Ávila estuvieron entre las opciones.

Finalmente se dio la de esparcirlo en el Mar Caribe, y el lugar definitivo sería escogido saliendo desde Higuerote. Conozco el lugar y me gustó la idea de mi hermano, quien contactó a un lanchero para que nos llevara.

Un sábado en la mañana partimos. En la carretera llovió mucho. El paisaje estaba muy bonito, precisamente por las lluvias. Mucho verde alrededor. Como suele suceder, la lluvia amainó casi entrando en Higuerote, donde un sol radiante nos esperaba.

Al llegar, y siguiendo instrucciones de mi hermano, buscamos el muelle de Carenero, luego los bomberos marinos, y finalmente a Luis, el encargado de las lanchas, quien nos conectó con Loncho, que así se llamaba el lanchero.

Loncho es un hombre muy amable, de piel curtida por los avatares de la pesca, sin los dientes frontales superiores, lo que le otorgaba un aire de película de misterio, que quedaba disipado con la amabilidad y la amplia sonrisa con la que nos recibió. Luego nos sugirió el lugar apropiado para esparcir el polvo que era el cuerpo de mi papá.

Mamá me confió, aun sentada en el carro, que no iría con nosotros en la lancha, porque tanta agua le daba miedo. Fue una sorpresa que me dio alguien acostumbrado a nadar en las aguas del Orinoco durante su niñez. Los tiempos cambian a la gente. Mi hermana también tuvo temor, bien porque no sabe nadar o porque no quería dejar a mamá sola en el puerto, no lo supe.

Partimos mi hermana Bea, mi hermano y mi tía, quien dijo que no nadaba, pero la calmaba el hecho de tener un salvavidas puesto en el bote. Miré a mamá moviendo sus manos, diciendo adiós hacia la cajita donde se hallaban los restos de papá. Nunca olvidaré esta escena. No sé si lloraba porque ya estaba lejos, pero sonreía, diciendo un adiós definitivo, mientras el bote se alejaba de la costa.

El mar estaba tranquilo, contrastando con los augurios de lluvia de la carretera. Un sol radiante y pocas nubes completaban el ambiente.

Papá venía en una cajita cuadrada, color caoba. Mi hermana lo llevaba consigo. Parecía no querer soltarlo. A lo lejos la belleza de los manglares de la Laguna de Buche y el azul del mar como compañero de viaje. Un paisaje exuberante que me recordó a la Laguna de la Restinga, en Margarita. Pasamos por varias playas que creía conocer pero mi hermano me corregía porque las confundí de nombre. Todos íbamos en silencio, disfrutando la visual y sumidos en nuestros pensamientos que, de seguro, estaban enfocados en papá. Y así pasamos por Buche, Los Totumos y San Francisquito. Y llegamos al Cabo Codera. Una punta de tierra inmensa, imponente, que le da a la siguiente bahía, Puerto Francés, un paisaje que dicen se asemeja a la Costa Azul.

Loncho detuvo el bote en un mar demás de tranquilo. Mi hermana abrió la cajita y extrajo una bolsa de tela blanca. La abrió y me pidió que la ayudara a sostener por el fondo, para dejar caer las cenizas al mar.

Apenas salir, una ráfaga de viento nos sorprendió, levantando las cenizas, por lo que tuvimos que bajar más las manos y acercar la bolsa a la superficie del agua. Las cenizas fueron cayendo, tiñendo por momentos el azul del agua con un gris lúgubre, el cual volvió a ser azul cuando las cenizas fueron llevadas por la corriente. Dejamos caer la bolsa vacía también. Y la cajita. Ésta última flotó de inmediato. La llenamos de agua pero igual siguió flotando. Claro, era de madera. Le pedimos a Loncho que se acercara más a la orilla y la lanzamos lejos. Las olas rompientes se encargaron de elevarla y depositarla sobre unas rocas. Desde ahí, el bote comenzó a alejarse lentamente. Y nosotros a despedir a papá.

“Sé libre, como el mar, papá. Descansa en paz. No te olvidaremos nunca. Te amamos. Sé libre como el mar inmenso. Adiós papá.” Esas fueron mis palabras en el momento, y quizás fueron las únicas porque más nadie se atrevió a hablar, sumidos como estaban en sus pensamientos. Un silencio apenas cortado por los sollozos de mi hermana.

El bote finalmente dejó el lugar y nos pusimos a contar anécdotas que relacionaban la vida y la muerte.


En el muelle, mi hermanita y mi mamá nos esperaban. Habíamos cumplido la voluntad de papá. Ya era libre, como el viento, como el mar.

*Imagen: barloventoweb en www.flickr.com

Saturday, November 22, 2014

La página en blanco


Qué terrible es el síndrome de la página en blanco. Uno la abre y se sienta frente a ella con el propósito de escribir algo que aparentemente no sale cuando uno lo desea sino que, como todo en la vida, tiene su tiempo.

Entonces me quedo a esperar que aparezca la bendita Musa que no quiere ahorita sino esta mañana, cuando estaba descansado, porque recién despertaba, pero en ese momento no podía, y esa Musa se sintió defraudada porque no me senté a plasmar las ideas convertidas en relato.

Ahora contemplo el espacio níveo. Miro el teclado. Y en ese momento no surca el espacio ni siquiera el viento. Por más que ponga las manos sobre las teclas, nada se mueve, ni siquiera las hojas de los árboles.

Empiezo a preguntarme el porqué no puedo escribir y no vienen las respuestas a mi mente. Tan solo algunas excusas se aventuran a salir, apenadas conmigo, con la idea de que me sienta un poco mejor. Pero nada cambia.

La hoja como la leche. La hoja como la nieve. Como mota de algodón. Y la mente esquiva.

Tiempo entonces de leer. La lectura que se convierte en cobijo del deseo de escribir. Ver lo que otros han escrito. Por lo general leo libros cuyos autores parecen estar dotados de algo que aun no descubro en mi. La lectura se convierte en música para mis oídos. Me pregunto cómo han hecho esos autores para lograr esa musicalidad de las palabras, dónde se enseña eso, cómo se mezclan esos verbos, cómo de a poco se va construyendo un relato. Todas esas dudas pasan por mi mente mientras me adentro en la lectura.

Y la buena escritura no tiene otro maestro que leer a los buenos autores. Ver como resuelven sus situaciones. Cómo crean y le dan vida a sus personajes. Cómo entretejen la trama. Cómo planifican el final. Es todo un arte.

Uno va tomando apuntes. Notas mentales que luego pondrá en práctica al momento de que se conjuguen la Musa y uno mismo en un tiempo mágico en el que la página se pinta de palabras y uno va contando, y armando, y pensando, y resolviendo un final que en un momento dado está solo en nuestra mente, y luego será público.


Y así vamos, pasito a pasito en pos de nuestra propia letra, de nuestra propia musicalidad en la prosa.

*Imagen: www.contentsjuice.com

Wednesday, November 12, 2014

El faro de la esperanza


El ruido del mar es una música de fondo. La gruesa alfombra de arena un complemento. Los colores en los que se torna el mar con la incidencia de la luz son la guinda del pastel.

Dentro de este paraíso, que es más que un sueño, me pregunto: ¿qué fue lo que vinimos a hacer en esta vida? ¿Lo habremos hecho? ¿Estamos en proceso? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?

En la ciudad el ambiente es cada vez más confuso. Grupos en pugna. Policías desbordadas. La gente está muy estresada. Hay mucha violencia en el ambiente. Muchos se han ido, huyendo de una violencia que se llevan tras de sí.

No tenemos tiempo para pensar en el otro. En los otros. En el destino que ya nos está alcanzando. Podemos sentir su presencia. Busco una pausa. Pido licencia. Voy a una isla.

En el bote hay gente que viaja como rutina. Niños que van a la escuela. Mujeres volviendo del mercado. Mascotas que van a donde las lleven. Y estoy yo, que quiero escapar por un momento de la guerra inminente. Que quiero respirar profundo. Mirar al cielo. Las nubes. Las gaviotas en vuelo libre. Y meditar.

Me acerco a un faro y veo lo necesitados que estamos de él. La falta que nos hace. Tiene la guía de la que carecemos. Ante mí se yergue estoico. Con sus franjas enormes, rojas y blancas, hasta el cenit donde converge el azul. Y me surgen más preguntas.

Sin embargo, y pese a la inminencia del caos, sé que hay gente que sonríe. Que guarda como un secreto su pedacito de esperanza. Que se aferra a ella como si de Dios se tratara.

¿Dónde está la clave? ¿Qué cosa ven que yo no puedo? ¿En qué piensan? ¿De dónde sacan esa paz?


Sigo en esa búsqueda. Ojalá la respuesta llegue a tiempo. Y pueda encontrar esa paz que tanto anhelo…

Monday, October 27, 2014

Presagio


El Maestro Pepe era el primero en llegar al sitio de la Obra. Vivía lejos, pero se las arreglaba para llegar siempre de primero. Así que cuando llegabas, por temprano que fuese, el ya estaba presto a recibirte y compartir un café.

En la mañana era parco, hombre de pocas palabras, las necesarias solamente. El trabajo por comenzar ocupaba todo su pensamiento.

En la tarde, al final del trabajo del día, si que se permitía el tiempo para amenas conversaciones. El topógrafo y los obreros de confianza bromeaban con él. Y hacía gala de su buen humor.

Poco hablaba de su vida privada. Como en toda obra, se esparcían rumores que no se molestaba en desmentir, y que de a poco fueron convirtiéndolo en una especie de leyenda viviente.

Nunca me hice eco de rumores. Por eso a él le gustaba conversar conmigo, preguntarme cosas de construcción. Me exploraba, porque yo era nuevo en el trabajo y pienso que quería hacerse una buena imagen de mi.

En vez de hablar de trabajo, yo le preguntaba cosas de su Galicia natal. Y allí sí que se extendía. Hablaba de los pueblos, de la gente de Orense, su terruño, de la vida cotidiana de la gente de esos rincones del mundo. Me gustaba entonces preguntarle, y a él le encantaba responder. Así supe algunas cosas de Orense, de Lugo, de Lalín. Cosas que yo complementaba con un programa de TV Española que se transmitía en esos tiempos (“De Galicia para el mundo”).

Pero no todas las conversas al final del día eran de ese tenor. Había otras, con los obreros, con otros Ingenieros, con la gente del lugar. En una de ellas, un obrero me explicó sus conocimientos de la “lectura del tabaco”. Me decía que el humo del tabaco hablaba de nuestra vida, que podía revelar cosas por ocurrir. A pesar de que no indagaba mucho más allá de la simple curiosidad, este obrero se empeñaba en hablar conmigo del tabaco y sus presagios. Me explicó una tarde que, según estuviera la salud de una persona, el tabaco se quemaba en toda la superficie de la punta o en parte de ella. Si al aspirar la persona el tabaco, el mismo dibujaba un círculo rojo en la punta, la persona gozaba de buena salud. Si, en cambio, se quemaba parcialmente, ello evidenciaba problemas de salud. Mientras menos superficie cubría, más comprometida estaba la salud.

Fue entonces cuando comencé a fijarme en la punta del tabaco que el Maestro Pepe fumaba al final de la tarde. El rojo del tabaco ardiente describía apenas una media luna. Y yo pensaba en lo que me había dicho el obrero. En apariencia indicaba que Pepe no gozaba de buena salud. En mis pensamientos comencé a atribuirlo al hecho de que Pepe ingería mucho licor. Cuando transpiraba, el sudor dejaba en el ambiente la huella indeleble de unos tragos de la noche anterior. Quizás su hígado estaba comprometido. “No bebas tanto Pepe” solía decirle con respeto. El me respondía sonriente: “¿Y qué pasa? De algo se tiene que morir la gente”.

Y así fue pasando el tiempo. Yo, sobre el misterio de la quema del tabaco de Pepe, no hacía el menor comentario, ni al mismo Pepe ni al obrero que sabía “leer el tabaco”.

Y llegó el día en que Pepe no llegó temprano. No había pasado un mes desde que me había fijado en la punta de su tabaco. Como no llegó ni se reportó, la Compañía envió a otro Maestro, mientras daba con su paradero. Alguien ubicó su teléfono de casa. No había celular en ese tiempo. Nadie respondió cuando llamaron. Como no se le podía ubicar, comenzaron a preguntar si alguien sabía (uno de los rumores) de una supuesta amante que tenía Pepe. Y un obrero confesó que la conocía, y sabía la dirección. Fue así, a través de ella, como nos enteramos que Pepe había fallecido el mismo día en que no llegó temprano a la Obra. 

Murió de un infarto al miocardio. Ya lo habían enterrado. Parece que Pepe no hablaba de su trabajo en casa, así como no hablaba de su familia con nosotros. A través de la amante se llegó a su familia cercana. Se confirmó el deceso.


Siempre que voy al sitio de cualquier Obra, no puedo evitar acordarme de Pepe, de su bonhomía y su inquebrantable voluntad de trabajar. Y también recuerdo al obrero que predijo, sin querer queriendo, y a través del tabaco, que la frágil salud de Pepe estaba por abandonarlo.