Monday, January 21, 2013

El pitbull blanco



Caminaba por una calle conocida. Digo conocida porque me eran familiares los objetos que en ella había. A lo lejos un perro se acercaba por la misma acera.

Al principio lo tomé como parte de lo cotidiano que te encuentras en cualquier calle. Pero no era ése un perro común y corriente. Era gordo, corpulento, fuerte y con mirada entre misteriosa y adusta. Un ligero pensamiento de terror comenzó a invadirme, a medida que la distancia entre nosotros se acortaba.

Continué la marcha, pero esta vez comencé a fijarme en el paso del canino, lento pero sin titubeos, mirando siempre hacia el frente, nunca hacia mí.

Mis pasos dejaron de obedecer a mi manera de caminar. Eran pasos de autómata, a medida que, pensaba yo, el peligro se hacía inminente. Sudor frío sobre mi frente. Pasos torpes pretendiendo una valentía que, temblorosa, hacía rato me había abandonado.

No sé porqué pero no crucé la calle, ni siquiera porqué no me paré a esperar el inevitable ataque. Continué a pasos lentos y vacilantes mientras el miedo se apoderaba de mí, tratando de planear una estrategia para sobrevivir.

A escasos dos pasos, el perro caminó en diagonal, lentamente hacia mi pierna. Quise gritar y no pude. Quise llorar y ninguna lágrima vino en mi auxilio. Solo un perro blanco que se aproximaba, corpulento, de paso lento y patas gruesas como mis piernas. Pasó a un lado y me rozó la pierna sutilmente con su cabeza, deteniéndose y dejando la cabeza adosada a mi muslo.

Mientras sudaba frío, de reojo seguía al animal. El perro, de pelaje blanco y cabeza más bien pequeña, comparada con el cuerpo, miraba algo detrás de mí, con su cabeza pegada a mi pierna empapada en sudor frío. Parecía distraído. Permanecí inmóvil hasta que el perro retrocedió sobre sus pasos, se dio la vuelta y ya parado frente a mí y alzó sus patas, poniéndolas sobre mis hombros.

Es el principio del fin, pensé, una muerte lenta y dolorosa me espera. Mientras, el animal jadeaba en mis oídos y yo sudaba copiosamente. Una vez más quise llorar y las lágrimas permanecieron escondidas. Volteé a mirarlo y lo noté distraído, mirando detrás de mí, en todas direcciones, con un rictus de paz.

Fue cuando me atreví a sobarlo. Primero el lomo, luego tímidamente la cabeza, una y otra vez. El enorme animal cerraba sus ojos a medias hasta retornar a su exploración de lo que había a mis espaldas.

Era pesado. Me lo decían sus patas sobre mis hombros. Sabía que no podría con él en caso de un combate. Seguí sobando por mi vida, hasta que el perro dio un paso atrás y quitó sus patas de mis hombros.

Acto seguido, sin siquiera mirarme, continuó su marcha.

En ese momento me desperté. Y juro que sentía el olor del perro en mi cuarto. Sentía aún el peso de sus patas en mis hombros. Encendí la lámpara y abrí la PC que estaba en la mesita de noche. Entré en google y tecleé en Imágenes “pitbull blanco”.

Allí, en la pantalla, estaba una imagen del perro con el que acababa de soñar. Un pitbull blanco, con sus ojos pequeños y el mismo rictus que antes había tenido cerca de mi cuello.

No es la primera vez que sueño con ese pitbull blanco. Otros ambientes, otras personas, pero el mismo perro, con su lento caminar. Es recurrente en el tiempo. A veces pasa de largo sin siquiera mirarme. Y otras, como ahora, se aproxima sin tocarme o rozándome la pierna, y con la misma se va. Sin despedirse. Dejándome totalmente empapado en un sudor frío. 

¿Cuál es el mensaje de todo esto?

*Imagen: medelhi.wordpress.com

Thursday, January 17, 2013

La inmensidad del mar



Ahora llueve. El clima cambia de un momento a otro. Un día veo las montañas de Trinidad y de Paria. Otro día se me hacen invisibles.

Me refugio en el mar y lo veo como un ser respetable, de gran temperamento y fuerza.

Dentro de sí guarda lo indecible. Lo hemos visto en pantallas a través de un robot con cámara que viaja por las profundidades haciendo las veces de un buzo pero sin exponer la vida humana. El robot trae toda la información posible. Y nos muestra el fondo misterioso. De vez en cuando un pez grande que observa a la máquina que lo ilumina, como tratando de adivinar cómo se come. Al final la decepción lo vence, y lo deja. Se va desilusionado. Vimos una cáscara blanca, gigante, de cómo un metro de largo, con una rotura circular. Parecía un huevo de dinosaurio. El robot lo tocó y supimos que la concha era frágil. Nunca supimos de qué se trataba. Puede que un huevo de una tortuga gigante, pero, ¿qué hacía allí, casi intacto, a 40 kilómetros de la costa?

Hay peces, muchos peces alrededor, de todos colores y formas. Reconozco al pargo, pero no a los otros. Los que están conmigo aquí afuera intentan adivinar. No más de allí. 




Arriba, en la superficie, las olas interminables se mueven con la corriente. En armonía con la danza del universo. 

Me imagino de náufrago, nadando en esas soledades y el miedo me invade. ¿A quién gritar? ¿Con quién contar? ¿Cuándo vendrá hacia mí el tiburón asesino? 

El mar da para todo. Hasta para un amanecer hermoso, que lo platea. Y un arcoíris que le da vida. Nunca había visto el mar por tanto tiempo. Tan inmenso. Tan misterioso. Y tan hermoso.

Sunday, January 13, 2013

Volver a los orígenes



Salí de Caracas un 6 de enero para Trinidad, una tierra que no me es ajena, puesto que por allí pasó mi familia cuando buscaban El Dorado, ese pueblo mítico que muchos afirman que queda cerca de El Callao.

Ver a la ciudad desde el aire despertó una nostalgia en mi, algo que yacía dormido por años se desperezó al aterrizar en Piarco y me siguió hasta Puerto España.

No pude salir a patear la ciudad, como hubiese querido. La seguridad de la compañía para la que trabajo nos encerró en el hotel, hasta el día siguiente, cuando salimos a Chaguaramas, un puerto ubicado a media hora de camino hacia el oeste.

Tengo flashes de Puerto España, una que otra cara bajo la llovizna incesante, las casas con los techos muy inclinados, a dos aguas, y el verde de las montañas en el horizonte.

No llores por mí Puerto España, volveré para verte y conocerte como se debe.

En Chaguaramas no es que haya mucho que ver, aparte de las hermosas bahías, pero igual, debimos subir al barco y esperar dos días para zarpar.

Con tristeza vi que partimos en la noche oscura e imaginé la belleza que nos estábamos perdiendo al bordear la isla por un lado, y la punta este de Paria, por el otro. Noche oscura y tenebrosa, donde el cielo y el mar se pintaron del mismo color y me ocultaron tantos secretos, algunos familiares.

Como para hacerme olvidar el momento, las fuertes corrientes de la Boca del Dragón rugieron e hicieron saltar el barco muchas veces. El mar a veces asusta si se lo propone.

Ahora trabajamos en un mar azul, a veces encrespado y gris, otras convertido en un espejo azul verdoso. Algunos días, si la bruma lo permite, pueden verse los extremos de Trinidad y Venezuela.

Así pasan mis días, pensando mucho en la gente que extraño, en mis ancestros que surcaron este mar, en las profundas aguas sobre las cuales me hallo y que lo esconden todo.

He surcado un paso de mar que también han visto mis abuelos, bisabuelos y mis padres, y me habían contado de su fuerza, de su oleaje extremo y del terror que sintieron. Y yo lo viví.

*La fotografía de las Bocas del Dragón es de Ray_CCS en Panoramio.

Saturday, January 05, 2013

El perro indeciso




Mi primer post del año 2013. Mis deseos son los de alcanzar logros importantes en lo personal y en lo profesional para todos ustedes. Mi regalo para ustedes es un cuento proveniente de la India y que tiene una moraleja importante. Establezcan sus objetivos a cumplir y pongan en ello toda la energía del mundo. Los quiero mucho, ahora y siempre.

“El perro indeciso”

“A una y otra orilla de un caudaloso río había dos monasterios. Un perro dócil y entrañable comía en uno u otro monasterio. 
Cuando sonaba la campana avisando para la comida de los monjes, el perro, según estuviera en una u otra orilla del río, iba a uno u otro monasterio, donde le daban las sobras. 
Pero en una ocasión estaba bañándose en el río cuando oyó la campana del monasterio de la orilla derecha. 
Empezó a nadar hacia dicha orilla para ir a comer y entonces empezó a tañer la campana del monasterio de la orilla izquierda, lo que le hizo cambiar de rumbo e ir hacia el otro lado del río; pero ambas campanas seguían sonando. 
El perro empezó a reflexionar sobre qué clase de comida le apetecía más y no se decidía por una u otra. Iba hacia un lado del río, y luego hacia el otro, hasta que finalmente le faltaron las fuerzas, se hundió en las aguas y pereció.”


Moraleja: nunca dejes que la indecisión confunda tu mente, la ofusque y termine por ahogarte.

Un 2013 de abundancia de cosas buenas y felicidad para todos.

Imagen: Blog de Carlos Cepeda Danies, blog.caomiguel.com