Wednesday, July 24, 2013

La química



Hay gente con la que uno se entiende mejor que con otra. No tiene nada que ver con la edad o con el sexo de la otra persona. Bastan pocas palabras para saberlo.

Si la relación con esa persona con quien la química fluye se mantiene en el tiempo, las formas de comunicación mejoran asombrosamente. Para ello basta una mirada, un guiñar de ojos, un roce, un codazo, una pisada, un aclarar de la garganta, un movimiento brusco. Todo empieza a tener un significado.

Cuando ocurre un encuentro, basta ver a esa persona a la cara para descubrir un mensaje que para otros es transparente. Con solo unos segundos de fijar la vista te enteras si pasó una mala noche, si tuvo una discusión o altercado con alguien o si hay algo que está ocurriendo y la está molestando.

Solo una mirada basta. Y el lenguaje corporal que uno va aprendiendo a descifrar con el tiempo. Allí se revelan los aspectos más resaltantes.

Claro que también la conversación está presente. Uno conversa para confirmar que el mensaje que llegó antes en clave era cierto. Conversa para pulsar puntos de vista sobre alguna situación de uno de los dos o de ambos. Conversa para escuchar la voz de la otra persona, que se hace tan necesaria.

A veces nos equivocamos pero casi siempre cuando conocemos a una persona, a primera vista sabemos si entre los dos hay o no hay química. Y cuando la hay esbozamos una sonrisa de saber que justo en ese momento puede que haya nacido, dependiendo de las circunstancias, una gran amistad.

Creo que nacemos con una especie de sensor para detectar a estas personas, y el mismo funciona de forma impecable, aunque a veces no le hagamos caso. No importa si entre la persona y uno no hay un idioma común, no importa si no hay un país en común y el encuentro es casual. Muchas veces la dejas de ver por años, y en el próximo encuentro sientes que siempre hubo la conexión del inicio, que siempre estuviste pensando consciente o inconscientemente en esa persona, y ella (o él) en ti. Que son lazos que se crean y nunca se destruyen, no importa los años ni la distancia.

A ese sensor debemos hacerle mucho caso, y abrirnos cuando tengamos frente a nosotros a esas personas especiales que conviven con nosotros en este planeta y se presentan de vez en cuando ante nosotros.


Brindo por esas personas que llegaron y llegarán a mi vida.

*Imagen: www-hoyrevista.com

Friday, July 12, 2013

Cuentos de aeropuertos


Hace casi dos meses iba a volar a Cumaná y en el trayecto hacia el aeropuerto de Maiquetía hubo un accidente con un camión. La suficiente pérdida de tiempo como para que, al apenas llegar, 55 minutos antes del vuelo, me dijera el funcionario de la aerolínea: “¡El vuelo está cerrado!”. Es decir, los vuelos los cierran una hora antes del tiempo pautado para el despegue, sólo que ése último tiempo casi no se cumple, y el vuelo puede demorarse una y más horas antes de partir.

La semana pasada volvía a Cumaná y ocurrió otro cuento de la cripta: vuelo pautado para las 8:30pm. A las 9:30pm informan por los parlantes que mi vuelo saldría a las 11:30pm, así, sin una disculpa, sin la presencia de algún funcionario de la aerolínea. Lo peor de todo es que, por cosas de la tecnología, un pasajero se enteró que presuntamente nuestro avión había sido desviado a Maracaibo (otra ciudad) y que al regresar es que nos íbamos a embarcar para ir a Cumaná. El desastre. Lo gritó a viva voz y provocó la ira y el desplazamiento de los pasajeros hasta la puerta desde donde embarcaría el de Maracaibo. Resultado: amenaza de motín, y vuelo que no sale ni a Maracaibo ni a Cumaná. Presencia de la Guardia Nacional, ánimos caldeados. Decido ir a comer algo porque si algún día llegaba a Cumaná, ya los restaurantes estarían cerrados. Resultado: apenas me fui llegó un funcionario de la Aerolínea y bajo amenaza de multa habilitó un avión para volar a Cumaná. El vuelo no fue anunciado finalmente por parlantes y partieron dos aviones, uno a Cumaná y otro a Maracaibo. Los pasajeros que, como yo, se alejaron del área del motín nunca se enteraron del despegue y nos quedamos varados en Maiquetía.

Antes de ayer volé de nuevo a Cumaná. Esta vez estuve dos horas antes del vuelo. No quería correr riesgos. Quince minutos antes de partir se me acerca una señora y me pregunta si por esa puerta sale el vuelo a Cumaná. Le digo que sí, que esa es y me pregunta si le dará tiempo de ir a comer algo. No sé qué responder. La señora igual se marcha a comer. En el ínterin, cambian la puerta de embarque, de la 10 a la 8. La señora no aparece. Nunca supe si llegó a enterarse del cambio.

Ayer regresé. Nos tocó un Boeing 737. Seis asientos por cada fila, tres a cada lado. Quedo en el medio de los tres de mi lado. Una joven muy simpática, de Maracaibo y un señor que se quedó dormido apenas se sentó. Resultado: amena charla entre dos. De Maracaibo, de las vicisitudes en los vuelos, de la vida. La vida. Me dice que está triste. Se acaba de separar de su pareja. Infidelidad. Todos los días él se pierde. Llega tarde y de mal humor. Nada de amor. No aguantó más mentiras. Abandonó el hogar. Le pregunto si se llegaron a casar. Me dice que no. Que ella ya estuvo casada. Y enviudó. “¿Y eso?”, le pregunto. “A mi marido lo mató su hermano”. “¿Cómo así?”. “Bueno, el hermano cayó en las drogas. Él trató de salvarlo. Primero por las buenas. Después por las malas. Pelearon un día. Afloró un cuchillo. Él llevó la peor parte. Fue asesinado por su propio hermano. Me dejó con tres niños. Ellos ya están grandes. El hermano está libre. Salió a los dos años de la cárcel. Ya no albergo odios. Tengo mis hijos y mi misión es velar por ellos.”


En ese mismo vuelo ocurrió otra historia. No todo es tan malo. Sobreventa de pasajes. Sobra un pasajero. Verificación por las azafatas. Si, falta un puesto. O sobra un pasaje. Deliberaciones. Solución genial por parte del Capitán. “Si algún niño quiere viajar en cabina…” (Muerto: ¿Quieres misa?). Aparece un candidato. Presto. Sin pedir autorización a su mamá, que también quedó fría con la decisión del chaval. Al final, ella acepta (ni más remedio). Chaval feliz a la cabina del piloto. No creo que haya algo que pueda hacer más feliz a un niño que viajar en cabina. Y a más de un adulto también le gustaría. Como yo, que siempre he querido y nunca he podido. El niño va hacia cabina dando saltos de alegría. La madre preocupada. Parte el vuelo. Hay muchas turbulencias por inestabilidad atmosférica. Maniobras del piloto. Extiende los flaps. Cambia de altura. Hace giros. Me imagino al chaval disfrutando. Al final del vuelo, cuando salgo del avión me encuentro al niño. Tengo que hacerme a un lado. La cara de felicidad no cabe en el avión. Son cosas que jamás se olvidan. Quizás allí nació un piloto de aviones.
*Imagen: Boeing.com