A papá le gustaba mucho pasear por
Caracas. Recorrerla de extremo a extremo. Si de caminar se trataba, mucho
mejor, y con nosotros.
Yo perdí la cuenta de las veces que
caminamos por completo el Parque del Este. Y las que nos montamos en un autobús
conocido como “Circunvalación Número 5” donde podías recorrer Caracas de
extremo a extremo. A cada tanto él te iba enseñando algún monumento, o casa, o
edificio importante y te citaba alguna anécdota histórica del mismo, lo cual no
hacía sino enriquecer la travesía. Lo mismo en el Parque. Parecía tener una
anécdota para cada cosa importante del paisaje. Ahí supe que había vivido
intensamente.
Tiempo antes de morir nos pidió que,
llegado el momento final, lo cremáramos. “No quiero que me entierren. Quiero
convertirme en cenizas y que ustedes me esparzan en algún lugar para que me
lleve el viento”.
Quería ser libre, aún después de
muerto. Hace tres meses que se fue. Apenas el fin de semana le cumplimos su
voluntad. Nos costó ponernos de acuerdo. Eran varias opiniones. La de mamá, la
de mis hermanos y la mía. Guardar el cofre en casa, llevarlo a un columbario en
el cementerio, esparcir las cenizas en la cima del Ávila estuvieron entre las
opciones.
Finalmente se dio la de esparcirlo en
el Mar Caribe, y el lugar definitivo sería escogido saliendo desde Higuerote. Conozco
el lugar y me gustó la idea de mi hermano, quien contactó a un lanchero para
que nos llevara.
Un sábado en la mañana partimos. En
la carretera llovió mucho. El paisaje estaba muy bonito, precisamente por las
lluvias. Mucho verde alrededor. Como suele suceder, la lluvia amainó casi entrando
en Higuerote, donde un sol radiante nos esperaba.
Al llegar, y siguiendo instrucciones
de mi hermano, buscamos el muelle de Carenero, luego los bomberos marinos, y
finalmente a Luis, el encargado de las lanchas, quien nos conectó con Loncho,
que así se llamaba el lanchero.
Loncho es un hombre muy amable, de
piel curtida por los avatares de la pesca, sin los dientes frontales
superiores, lo que le otorgaba un aire de película de misterio, que quedaba
disipado con la amabilidad y la amplia sonrisa con la que nos recibió. Luego
nos sugirió el lugar apropiado para esparcir el polvo que era el cuerpo de mi
papá.
Mamá me confió, aun sentada en el
carro, que no iría con nosotros en la lancha, porque tanta agua le daba miedo.
Fue una sorpresa que me dio alguien acostumbrado a nadar en las aguas del
Orinoco durante su niñez. Los tiempos cambian a la gente. Mi hermana también
tuvo temor, bien porque no sabe nadar o porque no quería dejar a mamá sola en
el puerto, no lo supe.
Partimos mi hermana Bea, mi hermano y
mi tía, quien dijo que no nadaba, pero la calmaba el hecho de tener un
salvavidas puesto en el bote. Miré a mamá moviendo sus manos, diciendo adiós
hacia la cajita donde se hallaban los restos de papá. Nunca olvidaré esta
escena. No sé si lloraba porque ya estaba lejos, pero sonreía, diciendo un
adiós definitivo, mientras el bote se alejaba de la costa.
El mar estaba tranquilo, contrastando
con los augurios de lluvia de la carretera. Un sol radiante y pocas nubes
completaban el ambiente.
Papá venía en una cajita cuadrada,
color caoba. Mi hermana lo llevaba consigo. Parecía no querer soltarlo. A lo
lejos la belleza de los manglares de la Laguna de Buche y el azul del mar como
compañero de viaje. Un paisaje exuberante que me recordó a la Laguna de la
Restinga, en Margarita. Pasamos por varias playas que creía conocer pero mi
hermano me corregía porque las confundí de nombre. Todos íbamos en silencio,
disfrutando la visual y sumidos en nuestros pensamientos que, de seguro,
estaban enfocados en papá. Y así pasamos por Buche, Los Totumos y San
Francisquito. Y llegamos al Cabo Codera. Una punta de tierra inmensa, imponente,
que le da a la siguiente bahía, Puerto Francés, un paisaje que dicen se asemeja
a la Costa Azul.
Loncho detuvo el bote en un mar demás
de tranquilo. Mi hermana abrió la cajita y extrajo una bolsa de tela blanca. La
abrió y me pidió que la ayudara a sostener por el fondo, para dejar caer las
cenizas al mar.
Apenas salir, una ráfaga de viento
nos sorprendió, levantando las cenizas, por lo que tuvimos que bajar más las
manos y acercar la bolsa a la superficie del agua. Las cenizas fueron cayendo,
tiñendo por momentos el azul del agua con un gris lúgubre, el cual volvió a ser
azul cuando las cenizas fueron llevadas por la corriente. Dejamos caer la bolsa
vacía también. Y la cajita. Ésta última flotó de inmediato. La llenamos de agua
pero igual siguió flotando. Claro, era de madera. Le pedimos a Loncho que se
acercara más a la orilla y la lanzamos lejos. Las olas rompientes se encargaron
de elevarla y depositarla sobre unas rocas. Desde ahí, el bote comenzó a
alejarse lentamente. Y nosotros a despedir a papá.
“Sé libre, como el mar, papá.
Descansa en paz. No te olvidaremos nunca. Te amamos. Sé libre como el mar
inmenso. Adiós papá.” Esas fueron mis palabras en el momento, y quizás fueron
las únicas porque más nadie se atrevió a hablar, sumidos como estaban en sus
pensamientos. Un silencio apenas cortado por los sollozos de mi hermana.
El bote finalmente dejó el lugar y
nos pusimos a contar anécdotas que relacionaban la vida y la muerte.
En el muelle, mi hermanita y mi mamá
nos esperaban. Habíamos cumplido la voluntad de papá. Ya era libre, como el viento, como el mar.
*Imagen: barloventoweb en www.flickr.com
*Imagen: barloventoweb en www.flickr.com
Debe ser un momento impactante, que como huella indeleble se queda en tu alma... Yo le pedí a mis hijos que me cremen y me lleven al mar, cuando llegue el momento... a Chichiriviche de Falcón donde pasé vacaciones inolvidables.
ReplyDeletePasé como siempre a leerte y a dejar un saludo cariñoso.
Amigo Oswaldo, pasé a saludarte y me voy con "agua" en los ojos.
ReplyDeleteUn abrazo.
Hola Pansy! Gracias. Momento que nunca se olvidará. Un abrazo inmenso!
ReplyDeleteHola Yolanda! Gracias. Momento sublime. No hay palabras. Un beso grande!
Amigo, que momento mas sublime el que vivieron. Leyendo tu post de hoy me re-confirma lo que quiero. Como tu padre me molesta sobremanera la idea del entierro, estoy por la cremación.
ReplyDeleteUn abrazo y gracias por escribir con el corazón.
Hola Gloru! Si, es lo que se siente y se percibe en el ambiente: algo sublime. Con el corazón escribiré siempre. Un beso grande!
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