Qué
terrible es el síndrome de la página en blanco. Uno la abre y se sienta frente
a ella con el propósito de escribir algo que aparentemente no sale cuando uno
lo desea sino que, como todo en la vida, tiene su tiempo.
Entonces me quedo a esperar que aparezca la bendita Musa que no quiere ahorita sino
esta mañana, cuando estaba descansado, porque recién despertaba, pero en ese
momento no podía, y esa Musa se sintió defraudada porque no me senté a
plasmar las ideas convertidas en relato.
Ahora
contemplo el espacio níveo. Miro el teclado. Y en ese momento no surca el
espacio ni siquiera el viento. Por más que ponga las manos sobre las teclas,
nada se mueve, ni siquiera las hojas de los árboles.
Empiezo a preguntarme el porqué no puedo escribir y no vienen las respuestas a mi mente. Tan solo algunas excusas se aventuran a salir, apenadas conmigo, con la
idea de que me sienta un poco mejor. Pero nada cambia.
La
hoja como la leche. La hoja como la nieve. Como mota de algodón. Y la mente esquiva.
Tiempo entonces de leer. La lectura que se convierte en cobijo del deseo de escribir. Ver
lo que otros han escrito. Por lo general leo libros cuyos autores parecen estar
dotados de algo que aun no descubro en mi. La lectura se convierte en música
para mis oídos. Me pregunto cómo han hecho esos autores para lograr esa
musicalidad de las palabras, dónde se enseña eso, cómo se mezclan esos verbos,
cómo de a poco se va construyendo un relato. Todas esas dudas pasan por mi mente mientras me adentro en la lectura.
Y
la buena escritura no tiene otro maestro que leer a los buenos autores. Ver
como resuelven sus situaciones. Cómo crean y le dan vida a sus personajes. Cómo
entretejen la trama. Cómo planifican el final. Es todo un arte.
Uno
va tomando apuntes. Notas mentales que luego pondrá en práctica al momento de
que se conjuguen la Musa y uno mismo en un tiempo mágico en el que la página se
pinta de palabras y uno va contando, y armando, y pensando, y resolviendo un
final que en un momento dado está solo en nuestra mente, y luego será público.
Y
así vamos, pasito a pasito en pos de nuestra propia letra, de nuestra propia
musicalidad en la prosa.
*Imagen: www.contentsjuice.com
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