Hoy
tenía planeado hacer un montón de cosas pendientes. Confié (una vez más) en la
palabra del mecánico que repara mi carro desde hace varias semanas. “Mañana te
tengo tu carro. Ya está casi listo”. Eso me dijo ayer.
Esta
mañana de sábado, luego de desayunar, resolví llamarlo para saber la hora en
que debía estar frente al taller para recoger mi carro funcionando bien. La
respuesta, una vez más, me dejó mudo. “Tu carro no está listo. El mecánico
asignado no vino hoy”.
No
pude articular palabra mientras escuchaba, dentro de mí, el ruido proveniente
del desmoronamiento de la estatua que simbolizaba el plan de cosas que debía hacer
hoy. Y que no ocurrirán. Ya no compraría las macetas, ni la tierra, ni siquiera
una nueva planta de la cual me enamorara en el vivero.
Ya
no sé si visitaré a Ricardo, el amigo más nuevo que tengo (un bebé), hospitalizado
con una infección respiratoria en una clínica de Caracas.
Nada
que ver con el recorrido de algunas avenidas de la ciudad para escuchar su
ritmo, sus vaivenes, la melodía de las voces de sus habitantes. No va.
Me
sale reclusión y resignación. Me toca esperar.
Y
mientras tanto pienso que alguna gente no tiene palabra. Que dice un lapso pero
ni siquiera piensa en cumplirlo. Lo dice por decir. Porque al final algún día
estará listo el fulano carro. O como me ha pasado otras veces. Me lo entrega.
Le pregunto si lo ha probado y le consta que esté bien. Lo afirma. Le pido
confirmación. Lo confirma. Y basta que ruede algunos metros para que me dé
cuenta que no ha sido así. Que debo volver y dejarlo. Que no ha sido reparado a
satisfacción. Que sigo sin carro. Que a él en realidad no le importa. Que solo
soy un cliente más. Que no sirve de nada si vuelvo o no vuelvo nunca.
He
cambiado de mecánico como quien cambia de ropa. He seguido recomendaciones de
amigos. He preguntado en la calle. He leído en prensa los avisos. He probado. Y
he probado. Y he probado.
No
encuentro ese mecánico en el cual pueda creer. Que no me mande a callar directa
o indirectamente cuando le estoy explicando la falla del carro. Que no crea que
lo sabe todo. Que sepa que escuchar al cliente es el paso más directo hacia un
buen diagnóstico y una buena solución del problema del carro. Que cumpla con lo
que dice que va a hacer y con los lapsos de tiempo para la entrega. Que no se
escude en excusas para justificar lo injustificable.
No
lo he encontrado y he llegado a un punto en que no se si exista. Y mientras
tanto el tiempo pasa. Y el carro sufre. Y sufrimos ambos. Sueño con salir del
taller y saber que no tengo que volver a reportar otra falla, o la misma, ni a
reclamar, ni a escuchar justificaciones. Y que no me vuelvan a decir mentiras.
Ni promesas falsas. Sino la verdad.
¿Pido
mucho?
*Imagen: www.autoblog.com
*Imagen: www.autoblog.com
No comments:
Post a Comment