Saturday, June 01, 2013

Araya


Ir a Araya fue un sueño que tuve durante mucho tiempo. La tierra me había sido esquiva hasta que un día me instalé en Cumaná y en las cálidas arenas de la Playa de San Luis la pude ver, cercana y misteriosa al mismo tiempo.

Decidí hacer el viaje de una buena vez. Me informaron de dos vías para lograrlo. La primera es navegando en un viejo ferry llamado “La Palita”, y la otra por intermedio de unas embarcaciones pequeñas, parecidas a un viejo autobús, los cuales son conocidos como los “Tapaítos”.


Preferí estos últimos porque la travesía es más corta (20 minutos versus dos horas en el ferry), aún cuando llegan a la población de Manicuare, quedando Araya a 10 minutos por vía terrestre.

El muelle desde donde salen los “Tapaítos” está un poco abandonado. Son viejas instalaciones bastante destartaladas, donde la gente se arremolina a esperar la llegada de las embarcaciones.


Abordarlas es lo más parecido a entrar en otra dimensión. Tiene asientos continuos en los laterales y otros transversales a cada tanto. La gente entra con lo que puede cargar: sacos de frutas, una torta gigantesca para un cumpleañero que esperaba en la península, hortalizas y maletas de viaje se alternaban con nosotros. Durante el viaje se hacen chistes, alguien canta y la gente lo acompaña, mientras que el resto disfruta del vaivén de las olas y la fuerte corriente del Golfo de Cariaco. El timonel va adelante, guiando el camino y en la parte posterior hay un maquinista encargado de poner a funcionar cuatro poderosos motores fuera de borda. Si miras alrededor parece una pequeña fiesta improvisada en altamar. 

Queda demostrado que se puede ser feliz con muy poco. En 20 minutos exactos ya estaba caminando por el pequeño muelle de Manicuare, pueblo de pescadores en la costa sur de la península.


Desde allí tomé un taxi hacia Araya. La carretera te hace sentir que has sido transportado directamente hasta Marte. La tierra árida y rojiza que la circunda lo confirma. Bien podría la NASA hacer las pruebas de los vehículos espaciales en esas praderas infestadas de plantas xerófilas y tierra roja y reseca por todas partes.

A poco de llegar encuentras las montañas de sal aun sin procesar en las famosas salinas y una enorme Laguna Madre, desde donde se extrae la sal. A no ser por las instalaciones, podría seguir pensando que estoy en las estepas de Marte.

De repente el turquesa hace su aparición, en diversas tonalidades. Es el Mar Caribe que besa la península en su lado oeste. Es una vista muy hermosa, que paraliza. A un lado están las ruinas del viejo fuerte de piedra, desde cuya altura se aprecia la costa oeste. El paisaje bien vale la pena. La vista se pierde en la inmensidad del mar.

Camino entre las ruinas y me imagino la inmensa cantidad de episodios históricos que allí han sucedido. Los barcos piratas atacando frente a la bahía y el resonar de los cañones en la defensa del territorio.

La playa es encantadora, aguas transparentes, muy limpias, de un azul que hipnotiza en el horizonte.

Es Araya, en Venezuela. Valió la pena haber venido.

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