Grupos de jóvenes reunidos con un
único tema de conversación, la salida del país. Discuten entre ellos sus miedos.
Si vale la pena irse ya o esperar porque no es el momento. Comentan libros que
aconsejan irse y otros que aconsejan quedarse. “10 razones para irse y no morir
en el intento”, “La nueva diáspora venezolana” y un sinfín de títulos
similares. Gurúes de redes sociales que creen tener todas las respuestas. Creo que salen más confundidos después de las lecturas. Porque no
son solo las lecturas. Reúnen también testimonios de amigos que están en todas
partes del mundo, conectados con ellos por redes sociales de todo tipo, que
manejan con la destreza de un Jobs o un Gates en sus años mozos. Saben todo. Lo
que no saben es que hacer con tanto conocimiento reunido.
Cuarenta años atrás los mismos grupos
de jóvenes reunidos. No sé porqué pero, al mismo nivel de madurez, la diferencia
entre aquel grupo de chavales y el que veo ahora es que aquellos estaban
finalizando el bachillerato o comenzando la universidad. Los de ahora están
recién graduados de la Universidad, con un trabajo nuevo pero con el forro
plástico de los asientos pegado a su vestimenta.
Es que los jóvenes de ésta generación
manejan cantidades impresionantes de información de todo tipo, incluida la
académica, a la que acceden a edades mucho más tempranas. Son ríos de data que
navegan de un lado a otro de sus receptores cerebrales de información. Y es
tanta que les dificulta la toma de decisiones. Por eso dudan tanto a la hora de
irse o quedarse.
Aquellos, de hace cuarenta, no
pensaban en irse, salvo que fuese de vacaciones. En aquellas reuniones se
hablaba de experiencias sexuales, de fiestas y de excursiones. De profesores
muy peculiares y de profesoras de vestimenta sugerente y pinturas de labios
color pasión. Del barrio y los amigos que en él esperaban. De la expedición del
colegio donde conocieron la Represa del Guri y los amores que nacieron en el
autobús. De la marihuana y sus efectos. A veces se hablaba de un tío que vivía
en Baltimore y se mostraban fotografías en papel que dibujaban aquella
misteriosa ciudad.
Los jóvenes de este grupo reciente no
solo conocen Baltimore porque la han caminado, sino que conocen "al pelo" veinte ciudades
adicionales en los Estados Unidos, aparte de cientos de Europa y Asia. Las que
no conocen es como si lo hicieran porque hablan de cafés y restaurantes del
lugar como si hubiesen estado mil veces. Y es que otros, con sus blogs les
allanan el camino. ¿Dónde ir? ¿Dónde comer? ¿Dónde hospedarse? ¿Dónde aprender
el idioma local sin pagar un centavo?
Aquellos jóvenes de hace cuarenta
años conversaban de música a través de melodías que tocaban en la guitarra
acústica, rememoraban grupos como “Yes” y “Emerson, Lake and Palmer”, y “Bread”,
y “Queen”, se reunían en una casa donde los padres habían salido y se sometían
a largas sesiones de discos de acetato en sistemas de sonido con cornetas
gigantes que atormentaban a los vecinos.
Los de ahora usan sistemas miniatura
que almacenan la música que no podrán reproducir en su vida entera, y que
pasa a su sistema auditivo a través de minúsculos aparatos que no dejan escapar
una simple nota al exterior. Les tienes que preguntar sobre lo que están
escuchando y te rematan con un demoledor “John Zorn”, algo que a ti, que hasta
ese momento te creías dotado de una gran cultura musical, te ha dejado en el
limbo. Nada de John Zorn. Ni parecido. “¿Y tú, chamo, qué escuchas?” y te
disparan a quemarropa un “Squirrel Nut Zippers, ¿lo has escuchado?” cuando ya
te has convertido en poco menos que una estampilla, ojos perdidos en la
distancia, intentando atrapar alguna nota de los Zippers que habías escuchado
jamás.
No. Definitivamente no hay puente.
Por lo tanto no puedo aconsejar nada a gente que maneja millones de mega bytes
de información, aun cuando no tengan la menor experiencia de nada.
La experiencia llegará con el tiempo.
Y con ella la madurez ansiada. Así como las abuelas que envolvían el aguacate
en papel de periódico para que acelerara su proceso de maduración. Así pasará con ellos
cuando algún destino se abra ante sí. Digo se abra queriendo significar el
hecho de permitir su entrada legal por el puerto o aeropuerto que los reciba. A
partir de allí comenzará el aprendizaje, empezando con el “vacación no es estadía”
que corroborarán con sus vecinos, amigos y familiares ya no tan sonrientes como en las recientes vacaciones.
Estos, definitivamente, son otros
tiempos. Y hay otras formas de aprender.
*Imagen: www.vertvnoticias.com
Excelente escrito, Oswaldo... y parece que soy la primera.
ReplyDeleteDefinitivamente, estos son otros tiempos, hay otras formas de aprender y de pensar porque son otras las formas de comunicarse. Los muchachos lo demuestran con claridad, la humanidad camina a pasos acelerados en medio de la cibernética que tanto nos envuelve y transforma.
Ojalá podamos algún día vivir como hermanos, humanos, personas, seres espirituales...
Saludos.
Hola querida Yolanda! Muchas gracias por lo que me corresponde. Creo que la cibernética nos aleja tanto de la espiritualidad que incluso nos aísla del que tenemos al lado. Muy bueno tu deseo. Un beso enorme querida amiga.
ReplyDeleteLa brecha generacional es enorme... Espiritualidad es un término casi desconocido para muchos jóvenes. Has descrito muy bien las diferencias entre una generación y otra. Pasé a dejar mis huellas por aquí.
ReplyDeleteHola mi querida Pansy! Tus hijos te lo hacen ver. Son dos ópticas distintas para ver la vida. Las percepciones, definitivamente son diferentes. Un beso enorme y gracias por permanecer.
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