Pensando, pensando mucho. Así me encuentro. Principalmente en modo ingenieril. Ya saben quién se molesta cuando eso pasa (mi yo escritor). Pero así es mi vida.
Tengo que compaginar ambos extremos, evitar la colisión. Se puede lograr porque ambas cosas me gustan. Me apasionan. Por eso me gusta mucho leer la vida de Ernesto Sábato, un físico devenido en gran escritor. Su convicción, su pasión por la literatura siempre pudo más.
Me han invitado a dar una conferencia técnica y no puedo ocultar la emoción que eso me causa. Vamos, que falta un poco para que eso suceda, pero ya la veo a la vuelta de la esquina. Y empecé a prepararme. El tema me envuelve. Creo que nunca había estudiado tanto algún aspecto de la ingeniería, y tiene que ser porque me gusta mucho, porque allí precisamente he centrado mi pasión y mi fe.
Sin embargo pienso que, el día que me inviten a hablar sobre literatura (y ojalá fuese sobre Haruki Murakami) me va a emocionar aún más. Por muchas cosas. Por el hecho de que la gente conoce mucho su literatura, y tendría que decir algo distinto a lo que ve y siente el común en su lectura, y a lo ya dicho y escrito, que es bastante. Pienso que tengo cosas que decir, porque me identifico mucho con sus personajes. Porque me encanta su prosa. Porque el escritor deja plasmada su filosofía de vida en cada una de sus obras, cómo ve él las cosas simples de la vida y las aristas tan interesantes que pueden encontrarse con tan sólo mirar un poco más allá.
Mientras eso pasa (aunque no sabemos si acontecerá algún día, creo firmemente que sí) lo sigo leyendo en sus traducciones al español, que magistralmente ha realizado Lourdes Porta Fuentes para Tusquets. Actualmente leo la última de ellas, titulada “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”. Hay otra traducción al español (Murakami escribe originalmente en japonés) que hizo Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala para Anagrama (1992) titulada “La caza del carnero salvaje”. La comencé a leer el año pasado pero aún no la termino (por esa manía de adelantar otras lecturas y dejar lo mejor de Murakami para el mejor momento).
Tiene también (Murakami) un libro de cuentos (24 en total) titulado “Sauce ciego, mujer dormida” (Tusquets, 2008). Es maravilloso, algunas veces complementario de sus obras. Es para mí un manjar que guardo celosamente y degusto de a poquito, con un placer indescriptible. He leído nueve de ellos, todos muy buenos.
Cuando leo a Murakami, cosa que hago con total apasionamiento y concentración (si no es así no se percibe igual la prosa), siempre hay un párrafo (uno solo), a veces por capítulo (aunque en algunos no los pone) que te deja, al final del mismo, una sensación de música incidental. Que te sacude la existencia. Que trae respuestas a interrogantes que te habías hecho sin encontrar salidas. Que te hacen cerrar el libro, mirar al infinito, volver al libro, releerlo y cerrar de nuevo, y a pensar, divagar, atar cabos y, finalmente, sentir una fluidez total con el universo. Creo fielmente que allí reside la magia del escritor, vertida hacia nosotros, sus lectores, a través de los personajes de la novela.
Mientras la vida allá afuera se torna cada vez más difícil (el dinero se hace siempre insuficiente para cubrir lo básico de la existencia, mucha inseguridad en la calle, amenazas de guerra y expropiaciones, una diáspora que no acaba y que se lleva a muchos de mis amigos a otros confines de la Tierra, y un largo etcétera), la literatura y la ingeniería me abstraen, me calman y me hacen pensar que al final todo tendrá salida, que muchas cosas buenas son posibles con un ligero cambio de pensamiento, de mentalidad; que todo problema, por grave que sea, tiene una vuelta de aspa que no se ha experimentado, y por esta razón la situación permanece como problema; que todo volverá a alcanzar su fluidez, más temprano que tarde. ¿Soñador? Tal vez. "Abre tu ventana a las caricias del viento, no dejes que tus sueños se marchen con el tiempo" dice una vieja canción. Y es así...