Estoy
leyendo “El oficinista” de Guillermo Saccomanno, y voy percibiendo que
Guillermo ha diseccionado a un personaje que tiene mucho de los personajes con
los que me he topado en más de treinta años trabajando en ambientes de
oficinas.
He
visto de todo. Recuerdo uno que era muy conversador. Sobre todo del tema del
futbol. Y a pesar de su apariencia de concentración, bastaba que te le
aproximaras para que se le activara el radar y soltara la pluma para
preguntarte a quemarropa: “¿Cómo están los goles?”. Era el inicio de una larga
perorata que incluía partidos, equipos, ligas y más. Un día le pregunté si era
casado. Me dijo que sí. Como era muy solitario, yo insistí: ¿Vive contigo tu
esposa? No, está en Madrid. ¿De vacaciones? No, vive en Madrid. Pero, ¿está
casada contigo? Si, pero vive en Madrid. ¿Y cuando la ves? Haciendo un gesto de
impaciencia, y volviendo lentamente a sus labores, remataba: “Nosotros nos
entendemos.” Poniendo con esto punto final a la conversación.
Otro
personaje infundía miedo con su mirada perdida y sus intempestivas paradas a “pensar”
en medio de los pasillos. Parecía irse con sus pensamientos mientras permanecía
largo rato divagando solitario en pleno corredor, sin importarle quien pasaba y
quién no. A veces se acercaba hasta mi puesto, con una medio sonrisa en la
cara. Yo no le tenía miedo, aunque a veces me traicionaban los pensamientos y
lo hacía protagonista de una de esas carnicerías típicas que han ocurrido en
Estados Unidos, donde un empleado inconforme con algo llega una mañana, armado,
y antes de que lo detengan acaba con la mitad del personal a punta de balas. “Hola”,
saludaba con su mitad de sonrisa pintada en la cara. “Hola” le respondía yo, e
iniciaba una conversación normal entre dos compañeros de oficina, con cualquier
tema, el tráfico, la política, el béisbol, cosas que el replicaba muy bien, y
agradecía el gesto de sacarle conversación. Al final remataba siempre con el
mismo discurso: “La gente cree que yo estoy loco. Y hasta me tratan como tal.
Lo peor de todo es que ya me lo estoy empezando a creer…”
Dilbert,
la famosa tira cómica norteamericana, también satiriza a los personajes y
comportamientos típicos de oficina. Tanto que puedo pasar horas leyendo y
recordando esas mismas situaciones con otros personajes de carne y hueso.
Dilbert concentra su artillería en situaciones tales como las consabidas
reuniones laborales y sus vicisitudes.
En
esas reuniones los personajes hacen gala de su “oficinismo” agudo o crónico mediante
gestos y acciones que los identifican, y que no dejan de repetir en cada evento
subsiguiente. Está el que lleva su taza inmensa de café negro, que se va
tomando de a sorbo, y que, bien sea que la reunión dure 30 minutos o dos horas
(se sabe cuando se entra pero no cuando se sale), el siempre dará su último
sorbo cuando escuche las típicas palabras de cierre (“¿Lo dejamos hasta aquí?”,
“Manos a la obra”, “A trabajar”. “¿Ya son las doce?”). El que lleva su agenda y
anota hasta los ruidos del ambiente, en una escritura interminable, a veces
suspendida mediante una leve mirada al panel, como si le hiciera falta anotar
el gesto que acompaña a unas palabras. Demás está decir que este mismo
individuo es el primero en negarse a llevar por escrito la “minuta” o las
conclusiones de dicha reunión. Lo de él es la escritura libre de ataduras. Está
el que lleva un cuaderno y comienza a dibujar flores, un sol en el firmamento,
hojas de todo tipo, letras gigantes en 3D y todo tipo de manifestación
artística, de tal modo que se pierde de la reunión estando allí, y hay que
darle un toquecito para que vuelva en sí, y responda adecuadamente a la
pregunta que hace rato le están haciendo. Está el que se duerme plácidamente,
incluso en posiciones acrobáticas y el que está pendiente del que siempre se
duerme para avisarle a sus compañeros e iniciar las chanzas hacia el personaje
durmiente. El que entra con su celular inteligente y se conecta en redes con
sus amigos y está en todas partes menos en el lugar de la reunión, pero apenas
ve que se aproxima el final de la misma, desata su artillería de preguntas,
muchas de las cuales ya fueron realizadas y resueltas durante la reunión.
Los
personajes de las oficinas no tienen fin. Desde el alto y autoritario jefe,
cuya disciplina solo se ve reblandecida cuando habla con la señorita de buen
cuerpo y bonitas facciones que apenas tiene tres meses trabajando, y a la cual pareciera
conocer desde la eternidad, hasta el vigilante confianzudo, que a pesar de que
se le advirtió, el día que comenzó sus labores, cuál era su lugar y sus
funciones en la empresa, a la semana ya departe con el resto de los empleados
en sus oficinas cuando no está sentado en el comedor viendo el noticiero desde
el televisor colgado en la pared.
Es
amplia la gama de personajes y la variedad de situaciones que se suceden a
diario en los ambientes de oficina. Podría pasar la tarde escribiendo pero ya
está terminando la reunión y tendré que salir de la sala.
Como siempre, un placer venir a leerte... La Vida se nos va en luchar contra viento y marea para poder vivir... Placentera la lectura, me hiciste recordar personajes que se quedan en el recuerdo para toda la vida. Abrazos totales
ReplyDeleteHola Pansy! Muchas gracias por tu concepto y por pasar siempre. Abrazo grande.
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