Estoy
leyendo “El lugar del cuerpo”, de Rodrigo Hasbún, escritor boliviano. Un libro
de esos que ves por allí tirado en un anaquel donde la mirada de los lectores
pasa esquiva, por encima, como quien mira una piedra cualquiera sumergida a
orilla de playa. Sólo tú te fijas, y aunque pase el tiempo no puedes borrar la
imagen. Tiene un algo. Decides volver, y lo encuentras, esperando pacientemente
con una sonrisa a que lo recojas.
Me
pregunto cómo es que no pasó alguien y lo tomó antes de que yo volviera. Siendo
tan concurrida la librería, es una posibilidad en miles. Pero era para mí. Y ya
lo tengo. Y lo estoy leyendo.
Es
de los libros que me gusta leer. Una sorpresa. Una narrativa que te atrapa.
Alguien que sabe contar a través de imágenes. Y lo disfruto. Un descubrimiento.
También
leo los Diarios de Alejandra Pizarnik, y los cuentos de Carver. El menú está
completo. En las dosis adecuadas de literatura.
Dice
Alejandra en uno de sus poemas del Diario (1956) que imagina que la lee un
lector que no ha nacido, y que cuando lea su poema ella no estará. Me veo
reflejado, porque soy yo a quien se refiere pues nací en 1962 y la estoy
leyendo ahora. Qué premonitoria esa imagen. Me paraliza y hace que la relea
muchas veces. E igual me sigo viendo reflejado. Como si lo escribió para mí.
Para que lo leyera ahora, en este preciso momento de la vida.
Y
de la vida salen los cuentos de Carver. Como extracciones quirúrgicas, bien
cortadas, al extremo de no dejar huellas del sitio y el momento de donde fueron
extraídas. A veces el escritor deja en tus manos el desenlace. Y aunque pueden
ser muchos en tu mente revolotea un solo final. Sientes que el cuento fue
escrito a la medida de tu imaginación y de tus vivencias. Hubo uno, “Parece una
tontería”, que me paralizó, al punto que me costó volver a él y terminarlo. Así
de maravillosos son los cuentos de este escritor.
Mientras
esto pasa, en mi universo literario, en el mundo exterior pasan cosas
fundamentales. La historia se está escribiendo. Se está aprendiendo mucho sobre
lo que no debe suceder en el futuro. Sobre la forma en que debemos encarar ese
futuro si no queremos volver a vivir este oprobio. Todos estamos aprendiendo.
Para bien o para mal.
Y
nuevamente es la literatura lo que nos permite desahogarnos, pensar la realidad
con cabeza fría. Discernir. Buen verbo para este punto de la historia de mi
país. Discernir. Y leer, por supuesto.
La historia se está escribiendo. Pero pareciera que nadie o casi nadie leyó los capítulos ya escritos. Ciudades, países, continentes de seres con amnesia, que ni se enteran de que la historia que se está escribiendo, que está aconteciendo, se repite. Cambian los escenarios, los nombres de los personajes, la forma de sus rostros...pero en esencia, la historia es la misma. Fuerza Oswaldo, que todo pasa, y esto también pasará...
ReplyDeleteHola querida Susie. Es así como lo describes. La Historia termina siendo cíclica. No aprendemos. O acaso olvidamos muy rápido las lecciones. Esperemos entonces los buenos tiempos. Beso grande.
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