Es primera vez que nos vemos y para
mí es como si hubiésemos estado juntos antes. Una extraña sensación de familiaridad
que me trae a la mente el recuerdo de las fotos en blanco y negro que me mostró
alguna vez mi mamá, y en las que aparece en sus veintes y en sus treintas.
Ambas tienen unos lunares en la cara que se asemejan bastante. Y es el mismo
tono de piel. El mismo rasgado en los ojos. La misma sonrisa. Claro, son hijas
de dos hermanos. Son primas.
Mi mamá ya llegó a los ochenta. Mi
prima no lo sé. A esta gente de las islas no se le puede adivinar la edad. Se
conservan bastante jóvenes, de mente y de cuerpo. Cuando se ven mayores es
porque en realidad lo son. No pasa como en las ciudades como la que vivo, en la
que una persona puede aparentar diez, veinte años más de los que tiene.
Producto de la forma de vida estresada que nos domina. Ella –mi prima– parece
de cuarenta, pero algo me dice que los supera y con creces. Algo. No pregunto.
Estuve como diez días en la isla, con
la principal misión (según ella porque yo fui a conocer a la gente y el
paisaje) de ser presentado a cuanto familiar estuviera con vida, no importa su
edad. Fui el primer visitante familiar desde que mi abuelo dejó la isla, rumbo
a Trinidad, y luego a Venezuela, en plena crisis económica caribeña, por allá
por 1920. Y fue así como me presentaron a familiares que habían vivido veinte,
treinta y cuarenta años en Inglaterra, Canadá y Estados Unidos. Y que habían
vuelto a la isla a pasar los años dorados.
Mi experiencia personal es que quedan
viviendo en un no-lugar. Alguien que ha vivido treinta años en Brooklyn, Nueva
York y regresa a un sitio donde ya no le quedan sino recuerdos, y al llegar se
entera que sus vecinos habituales cuando dejaron la isla ya no viven, o no han
regresado, o se han mudado. Y si han regresado, son vecinos que han vivido
treinta o cuarenta años en Brixton, Londres y no tienen la más mínima idea de
las costumbres de Brooklyn, y ya no recuerdan las costumbres de cuando dejaron
la isla. Eso los sitúa a todos en la isla de nadie. En el no-lugar, cuyos
únicos puntos en común son el mar, la nuez moscada y los huracanes que los
visitan de año en año.
Mi prima se empeña en llevarme a
todos los lugares de una isla que no es muy grande. Norte, Sur, Este y Oeste.
Allí donde hay un familiar, allí nos detenemos para la presentación. La familia
me mira como un extraño, y a la vez ven algo que les certifica instantáneamente
el rasgo familiar. Yo me dejo llevar. Disfruto. Reconozco que estoy más
pendiente del paisaje y de la gente que lo habita, que en la recopilación de
abrazos con gente que quién sabe cuando volveré a ver. Soy así. Creo muchas
veces que mi lugar es el mundo entero. Y que donde quiera que esté finalmente
lograré sentirme en casa.
La comida no me ha gustado. Comen
frío. Añaden demasiadas especias para mi gusto. Y el aspecto es lo de menos.
Aún se ven carnicerías sin congeladores. La carne salada y expuesta. El olor.
Me cuesta habituarme a ello. Nada me sabe bien. Detesto la nuez moscada omnipresente
en todos los platos. Debo sobrevivir con esto.
Las costas son arrecifes de coral,
sensacionales para el buceo, que reflejan múltiples tonalidades de azules y
verdes. Yo no sé hacer snorkeling. Menos bucear. Así que supongo que me estoy
perdiendo el 50% del espectáculo que el fondo representa. Entonces me centro en
la gente. En sus hábitos y costumbres. En cómo pasan los días. Siento que me
aburriría si no encontrara la manera de hacer algo interesante. Puede ser que
atienda a los turistas en una posada u hotel, y haya un feedback que me ayude a
sobrevivir en la isla. No veo otro modo.
En la casa donde me quedo estamos
tres. Hay un hombre alto y corpulento que ocupa una habitación en el primer
nivel. Habla poco. Me sonríe. Pero habla muy poco. Todo el día parece meditar.
Le pregunto a mi prima porqué es así, y me explica que sufrió un accidente en
un bote. Se golpeó la cabeza. Estuvo inconsciente. Se recuperó pero quedó así.
No sirvió más para la pesca. Ahora sobrevive allí. Mi prima lo acoge. El ayuda
con las tareas. Bota la basura. Barre el patio trasero. Recibe las bombonas de
gas. Ella le da comida y alojamiento. No pregunto más.
De noche el aire refresca. Sopla una
brisa fría. Y se escucha con más nitidez el ruido del mar. Las olas rompiendo
en los arrecifes. Siempre salimos a la terraza. Mi prima no enciende la luz
(dice que da calor). Nos sentamos en un sofá con vista a la playa oscura y al
mar plateado y hablamos de lo que hacemos en un día común. Nos reímos de
anécdotas mutuas. Tomamos algo de ron con hielo. Ella tiene una guitarra y
cantamos canciones en inglés. Se sorprende que me las sepa. Creía que solo
sabía cantar en español.
Me crié escuchando rock, le digo.
Cantamos de Los Beatles. Toca bien la guitarra. Yo debo cantar terrible pero se
escucha bonito en la noche oscura, con el mar de fondo y el sentimiento que al
menos le pongo. Yo voy preguntando, diciendo los nombres de las canciones. Ella
afirma o niega sabérselas. Cuando afirma sonreímos, y comienza a tocar, y yo a
cantar: “Yesterday, all my troubles seemed so far away… Now it looks as though
they are here to stay, oh I believe in yesterday…”
Dos en la terraza en la noche oscura.
Nos acabamos de bañar. La piel huele a jabón y a cremas. Ella está ligera de
ropas porque luego vamos a dormir, cuando nos de sueño. Toca la guitarra muy
bien. Pienso en Clapton, cuyas canciones también cantamos. Veo su silueta –la de
ella– en la oscuridad, alumbrada por la luna que está afuera e ilumina todo.
Ella canta a veces, a dúo conmigo. El ron hace su efecto desinhibidor. Me
provoca besarla. Sé que no debo, pero es la atmósfera construida. Ella voltea y
me mira, y se ríe, pierde por momentos el hilo de la canción pero recupera. Yo
también me río, y pienso que debo estar loco. Es mi prima. Por su edad no sé si
mirarla como a mamá, o como a una tía, quizás una hermana, o una mujer que está
allí cerca, muy cerca, en una noche de brisa fría, en una solitaria isla
caribeña, donde el silencio es cortado por los acordes y por mi voz emocionada cantando
“Father and son”: “It is not time to make a change, just sit
down, take it slowly… you are still young, that is your fault, there is so much
you have to go through…”
Qué buen relato, realmente descriptivo, puedo sentir todas las sensaciones, gustos y olores. Un placer encontrarte. Estoy pasando por un momento de salud "quebradiza" y me sentì bien al leerte... Gracias por pasar. Abrazo grandote.
ReplyDeleteHola RosaMaría. Espero que ya estés mucho mejor de salud. Pasaré a visitarte. Gracias por los conceptos hacia mi escritura. Eso me motiva mucho. Un beso enorme. Te quiero.
ReplyDeleteEstoy mejorando, es extraño saber que a la distancia de millas y de tiempo continúa este lazo cibernético. Gracias por estar, retribuyo tu beso y tu cariño.
ReplyDeleteP.D.: qué bien escribes en castellano! Felicidades!
Muchas gracias RosaMaría. Qué gran motivación eres para mis letras. Gracias de nuevo. Más abrazos y más besos. Te quiero mucho.
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