El Maestro Pepe era el primero en
llegar al sitio de la Obra. Vivía lejos, pero se las arreglaba para llegar
siempre de primero. Así que cuando llegabas, por temprano que fuese, el ya
estaba presto a recibirte y compartir un café.
En la mañana era parco, hombre de
pocas palabras, las necesarias solamente. El trabajo por comenzar ocupaba todo
su pensamiento.
En la tarde, al final del trabajo del
día, si que se permitía el tiempo para amenas conversaciones. El topógrafo y
los obreros de confianza bromeaban con él. Y hacía gala de su buen humor.
Poco hablaba de su vida privada. Como
en toda obra, se esparcían rumores que no se molestaba en desmentir, y que de a
poco fueron convirtiéndolo en una especie de leyenda viviente.
Nunca me hice eco de rumores. Por eso
a él le gustaba conversar conmigo, preguntarme cosas de construcción. Me exploraba,
porque yo era nuevo en el trabajo y pienso que quería hacerse una buena imagen
de mi.
En vez de hablar de trabajo, yo le
preguntaba cosas de su Galicia natal. Y allí sí que se extendía. Hablaba de los
pueblos, de la gente de Orense, su terruño, de la vida cotidiana de la gente de
esos rincones del mundo. Me gustaba entonces preguntarle, y a él le encantaba
responder. Así supe algunas cosas de Orense, de Lugo, de Lalín. Cosas que yo
complementaba con un programa de TV Española que se transmitía en esos tiempos
(“De Galicia para el mundo”).
Pero no todas las conversas al final
del día eran de ese tenor. Había otras, con los obreros, con otros Ingenieros,
con la gente del lugar. En una de ellas, un obrero me explicó sus conocimientos
de la “lectura del tabaco”. Me decía que el humo del tabaco hablaba de nuestra
vida, que podía revelar cosas por ocurrir. A pesar de que no indagaba mucho más
allá de la simple curiosidad, este obrero se empeñaba en hablar conmigo del
tabaco y sus presagios. Me explicó una tarde que, según estuviera la salud de
una persona, el tabaco se quemaba en toda la superficie de la punta o en parte
de ella. Si al aspirar la persona el tabaco, el mismo dibujaba un círculo rojo
en la punta, la persona gozaba de buena salud. Si, en cambio, se quemaba
parcialmente, ello evidenciaba problemas de salud. Mientras menos superficie
cubría, más comprometida estaba la salud.
Fue entonces cuando comencé a fijarme
en la punta del tabaco que el Maestro Pepe fumaba al final de la tarde. El rojo
del tabaco ardiente describía apenas una media luna. Y yo pensaba en lo que me
había dicho el obrero. En apariencia indicaba que Pepe no gozaba de buena
salud. En mis pensamientos comencé a atribuirlo al hecho de que Pepe ingería
mucho licor. Cuando transpiraba, el sudor dejaba en el ambiente la huella
indeleble de unos tragos de la noche anterior. Quizás su hígado estaba
comprometido. “No bebas tanto Pepe” solía decirle con respeto. El me respondía
sonriente: “¿Y qué pasa? De algo se tiene que morir la gente”.
Y así fue pasando el tiempo. Yo, sobre el
misterio de la quema del tabaco de Pepe, no hacía el menor comentario, ni al mismo Pepe ni al obrero que sabía “leer el tabaco”.
Y llegó el día en que Pepe no llegó
temprano. No había pasado un mes desde que me había fijado en la punta de su tabaco.
Como no llegó ni se reportó, la Compañía envió a otro Maestro, mientras daba con su paradero. Alguien ubicó su teléfono de casa. No había celular en ese tiempo.
Nadie respondió cuando llamaron. Como no se le podía ubicar, comenzaron a
preguntar si alguien sabía (uno de los rumores) de una supuesta amante que
tenía Pepe. Y un obrero confesó que la conocía, y sabía la dirección. Fue así, a través de ella, como nos enteramos que Pepe había fallecido el mismo día en que no llegó
temprano a la Obra.
Murió de un infarto al miocardio. Ya lo habían enterrado.
Parece que Pepe no hablaba de su trabajo en casa, así como no hablaba de su
familia con nosotros. A través de la amante se llegó a su familia cercana. Se
confirmó el deceso.
Siempre que voy al sitio de cualquier
Obra, no puedo evitar acordarme de Pepe, de su bonhomía y su inquebrantable voluntad de
trabajar. Y también recuerdo al obrero que predijo, sin querer queriendo, y a
través del tabaco, que la frágil salud de Pepe estaba por abandonarlo.
Vine por aquí a leerte ... Como siempre! Esa forma tan mágica que tienes de narrar, deberías escribir un libro de cuentos!
ReplyDeleteHola Pansy! Muchas gracias por tu concepto sobre mi escritura. Trabajo duro para mejorar cada día, hasta que llegue el momento de escribir ese libro. Aún falta un poco por aprender y por leer. Un beso grande!
ReplyDeleteAmigo Oswaldo, la historia de Pepe se repite en los muchos "pepes" inmigrantes que vinieron hace mucho tiempo a ayudar a construir este país.
ReplyDeleteVine a saludarte, espero que estés bien.
Un abrazo.
Hola Yolanda! Muy ciertas tus palabras. Estoy bien. Te deseo lo mejor. Un gran abrazo!
ReplyDeleteMe encanta leerte, sigue. Cuando publiques déjanos saber. solo queda decir Pepe descansa en Paz.
ReplyDeleteHola Gloru! Amen, que brille para el la luz perpetua y descanse en paz. Es de esas personas que uno mantiene vivo en el recuerdo. Un beso.
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