Friday, September 19, 2014

Nueve años...


Me parece increíble estar escribiendo luego de nueve años en los que ha pasado de todo. Se ha vaciado el río completo que corría bajo el puente.

Mi propia vida ha dado saltos. Me divorcié. Mis hijos entraron a la Universidad. Murió el Doctor Jacinto Convit y el Escritor Ernesto Sábato, de quienes pensaba iban a ser eternos. Viví fuera del país. Regresé. Conocí Bogotá. Viví la experiencia de estar en Los Roques. Anna y yo decidimos vivir juntos. Amé a Tequila, una perrita Yorkshire Terrier que estuvo muy poco tiempo entre nosotros. Cumplí cincuenta años. Viví la experiencia de estudiar la escritura creativa. Murió mi padre…
Es asombrosa la cantidad de hechos que suceden cada día. Cada mes. Cada año. Y cómo influyen en nuestras vidas.

Escribir es una experiencia maravillosa. Es desnudar los sentimientos (con o sin pátina de misterio) en cada palabra que queda plasmada. Contar las cosas que nos suceden o que nos imaginamos (no se sabe dónde está la frontera entre unas y otras). Saber que en alguna parte alguien con acceso a internet te está leyendo, y está viviendo su propia experiencia a partir de unas letras que ya no me pertenecen sino más bien al que las lee. Saber que hoy alguien viene y te descubre, se da cuenta que le gusta leerte y permanece atado a este vínculo maravilloso que se llama Blog. Es esa la savia que me mantiene plasmando estas letras que me llueven a veces y siento la necesidad de liberar para que alguien comparta lo que escribo hoy, no importa cuánto tiempo haya pasado hasta el momento en que lo lea.

Nueve años de pasión retratada. De sentimientos. De vivencias compartidas. De imaginación.


Solo espero seguir con ustedes en este vuelo maravilloso. Abriendo caminos de encuentro. Gracias por estar allí conmigo. Los quiero. Abrazos.

Sunday, September 14, 2014

El duelo


Ya hacen dos semanas que papá se fue. El luto se va viviendo poco a poco. Va cambiando lentamente con el tiempo. Escenas infinitas que no paran.
Al principio revives mucho el final. Es como una película que se repite una y otra vez. Agonía. Angustia. Lloras mucho. Te haces preguntas. Acusas. Caes en cuenta. Reflexionas. Vuelves a acusar. Te calmas. Hasta que llega el momento en que ya no quieres (o no puedes) revivir más esos momentos.
Entonces, sin que te des cuenta, el luto transmuta. Como cuando sales de ver una película y entras en otra diferente. En ésta, las escenas recrean momentos a lo largo de la vida juntos. Los buenos. Los malos. Los neutros. Las escenas se suceden una tras otra. Algunas se repiten. Como en el cine continuado de mi adolescencia. Pasan los días y las escenas allí.
He salido para distraerme. Quise ver montañas. Fui a verlas. Disfruté el verde y el azul del cielo. Las escenas no se han ido. Van y vienen. Entre montañas. Entre riachuelos. Están allí.
No sé cuantas etapas me faltan por vivir de este luto. Las cosas van pasando y voy aprendiendo de todo. Porque en verdad es todo un aprendizaje. Muchas cosas salen a la luz. Muchas caras se muestran. Todo se ve con total diafanidad. Y el tiempo no se detiene.
Conocí muchas personas que han vivido el luto. Creía saber muchas cosas. Pero es muy distinto vivirlo en primera persona. Es otra cosa.
Sé que tengo que dejar ser. Dejar pasar. En mi mente se escuchan fuertes las palabras del Maestro Budista Ajahn Chah: “Si dejas ir un poco, tendrás un poco de paz. Si dejas ir mucho, tendrás mucha paz. Si dejas ir completamente, tendrás la paz completa”.
Me voy ahora, meditando mucho la profundidad de este poema:
Aún más que la vista
de las hojas carmesí
volando a merced del viento,
en realidad es la vida
la que pasa efímera.


Oe no Chisato

Monday, September 01, 2014

Se ha ido mi padre


El martes murió mi padre.

Ya no lo volveré a ver en vida. Me quedan solo los recuerdos.

Nuestros últimos años fueron los mejores de nuestra relación, caracterizada por episodios contrastantes en cuanto a puntos de vista y opiniones. Lo que para mí era blanco para él era azul y ambos estábamos convencidos de tener la verdad en las manos. Esto fue motivo de discusiones y disputas. Muchas.

Desde que me casé por primera vez en 1990, él cambió conmigo. Se hizo más comprensivo y yo también cambié. Empecé a entenderlo como persona. A recordar lo que me contó de su infancia pobre. Los trabajos que realizó. La vida que tuvo. Y cómo eso influyó en su personalidad, en el hombre que terminó siendo.

Su infancia lo marcó. Desde que, siendo un niño tuvo que salir a vender dulces de coco que preparaba su mamá para ayudar a mantener el hogar. El no quería vender los dulces porque prefería estar jugando con los otros niños. Pero su mamá se lo exigía porque necesitaban el dinero. Su padre había muerto y no había entrada de dinero a la casa.

Caminaba por todo el pueblo de El Callao vendiendo los dulces porque sabía que no podía regresar con la cesta llena a casa. Y fue conociendo gente, sus clientes. Y esa misma gente lo fue conociendo a él.

A veces descuidaba su oficio para montar la bicicleta de sus amigos y dejaba pasar el tiempo hasta que se acordaba de los dulces y era ya tarde para venderlos. Aunque no lo había visto, mi abuela sabía que se había distraído, y lo castigaba. Pero igual la escena volvía a repetirse. Así era él. Nunca cambió.

Los ojos se le iluminaban cuando hablaba de su familia pequeña. De su padre Reginald Ifill, oriundo de Barbados. De su madre Beatriz. De sus hermanos, que eran seis. Cinco murieron cuando él era muy joven. De ellos, recordaba con muchísimo cariño a su hermana Silvina, la mayor, y que murió de una enfermedad desconocida en la adolescencia. Eran muy unidos como hermanos y eso lo golpeó.

Su hermano Frederick, el Ingeniero, que falleció hace 22 años, me dijo una vez que pensaba que mi papá tenía más talento para la ingeniería que él. Pero no logró convencerlo de venirse a Caracas a estudiar. Yo eso no lo pongo en duda, después de muchas conversaciones con papá, donde veía cómo entendía fenómenos de cierta complejidad.

Le gustaba mucho la cultura. Leía bastante lo que cayera en sus manos. Los periódicos los examinaba de principio a fin y luego le gustaba debatir los artículos que consideraba más interesantes. Compraba revistas científicas que luego devoraba y compartía con nosotros. Nos obligaba a escuchar todos los sábados en la mañana un concierto completo de música académica en la Radio Nacional de Venezuela y difícilmente nos permitía ver otro canal que no fuera la desaparecida Televisora Venezolana Nacional Canal Cinco (TVN-5). No dejaré de agradecérselo jamás.

Se casó con mi madre en Enero de 1960 y estuvo con ella hasta el final de su vida. Tuvo cuatro hijos y deja cinco nietos.

Aprendió mirando a otros la mecánica automotriz, y ese fue su oficio de vida. Apenas una pequeña variante fue que al instalarse en Caracas aprendió la mecánica de maquinaria pesada (retroexcavadoras y tractores), y de ella se hizo el mejor.

Ahora que no está se me agolpan en mi mente todas sus anécdotas. El las repetía mucho, como para que nos fueran quedando grabadas en la memoria. Y las que vivimos. No podré olvidar jamás verlo compartiendo con su hermano Frederick una copa de Pernod en Navidad, contando anécdotas suyas o comunes a ambos. Revivo los domingos en que nos llevaba a conocer los parques de Caracas. Y los Museos, las Iglesias, los Monumentos.


Era ese mi padre, del que estoy muy orgulloso, y que está desde hace tiempo sembrado en mi corazón. No sé dónde estará en este momento, sólo sé que lo extraño muchísimo.