Atento
a las miradas que lucen impacientes, me dejo llevar por el camino de entrada.
Sé que todos esperan saber lo que voy a decir; es la misma certeza que tienen
atravesada entre pecho y espalda.
Fui
testigo. Estuve allí. Lo vi. Y no tengo pelos en la lengua. Quiero hablar. No
importa lo que cueste.
Subo
lentamente las escaleras del estrado, escuchando uno a uno mis pasos sumergirse
en el silencio que lo envuelve todo.
Al
llegar al escenario me doy cuenta que mis piernas están temblando. Hago el
esfuerzo de disimularlo mientras un frío recorre mi cuerpo.
Miro al
público y veo muchas caras iluminadas por los rayos del sol. Son como miles de
pantallas que me enfocan. Los pies me pesan cada vez más, a medida que me
aproximo al micrófono. Al llegar casi lo tumbo. Trato de
sostenerlo con las manos, que también me tiemblan.
Tengo
la sensación de que una vez que me suelte a hablar ya el mundo no será el
mismo. Mi casa no será mi casa. Y no podré andar libremente por los bares de la
ciudad, como solía hacerlo. “La madre que lo parió”, pienso.
Al
instante, la gente empieza a aplaudir. Suenan como pasos. Atronadores. Uno tras
otro con una leve pausa. Conminándome a comenzar. Siento que estoy en un
trampolín, justo al borde de la piscina. Al fondo veo el agua quieta de la que
seré parte en segundos. Respiro profundo…
Y
comienza a llover. Había notado unas gotas en el piso del escenario pero las
atribuí a otras cosas. Ahora percibo que son más. Y que en el público se han
abierto unos paraguas.
El
horizonte empieza a cubrirse con una pátina gris y el ruido de la lluvia lo
invade todo. La gente sigue firme, expectante, ilusionados unos, con rictus de
terror otros. Y yo no empiezo.
Ya lo he intentado pero no me sale voz alguna.
Disimulo como puedo, doy vueltas, miro a la gente que comienza a pedirme que
hable, desesperada como está, y mojada.
No
puedo hacerlo. Lo he visto todo, todos saben que estuve allí, que lo viví, pero
no puedo hablar. No tengo voz. Soy el único con arrestos para decir la verdad,
pero no puedo.
Comienzan
a lanzarme objetos. Una piedra nefasta da con mi cabeza y pierdo la visión
antes de caer al piso. Quiero gritar pero no puedo. Escucho voces que se
acercan. Me hundo en un sopor. Gritos. Siento que me dan con los pies. Me
escupen. Vociferan cosas que no alcanzo a entender. Intento respirar un aire
que ya no existe. Son muchos sobre mí. Me duele todo. El calor y el olor de la
sangre sobre mi cara me anuncian el fin.
Me voy
con el secreto. Siento que me elevo y al fondo una muchedumbre destroza un
cadáver. Hay una luz muy brillante, como viniendo de un túnel. Camino hacia la
luz. Alguien me espera.
Es él. Se ve sereno. Me abraza. Caminamos. No puedo
creer que sea el mismo y lo miro de nuevo a la cara. Si. Es el. Lo que no pude
decir se muestra ante mis ojos. Yo era el único que podía hablar. Los demás
tienen miedo. Jamás contarán lo que saben.
*Imagen: Hablarenpúblico1a.wordpress.com