Saturday, June 30, 2012

En shock



Día soleado, como para estar en la playa, cielo azul despejado completamente. Sin embargo, la atmósfera adentro no es de relax, sino de un aparentemente rutinario día de oficina, con toda la agitación que lo caracteriza.

Camino por un pasillo de luces fluorescentes que me lleva, a través de una intersección, hacia otro donde atino a ver que se acerca La Dama, caminando con pose de distracción. Pasa frente a mí sin inmutarse y prosigue su marcha.

Irrumpo en su pasillo y le digo desde atrás: “Será que dormimos juntos…(y por eso no me saludas)”. Lo que está entre paréntesis lo dije muy entre dientes.

La Dama caminaba unos pasos delante de mí. Pensé que me había visto en la intersección. Y me había ignorado. De allí mi afirmación.

Al mismo tiempo aparece en escena Víctor, un compañero de trabajo que caminaba en sentido contrario por el mismo pasillo de La Dama (y ahora mío), cuando escuchó mi afirmación.

Pude ver su cara ruborizada, mostrando entre asombro y molestia, al tiempo que hacía gesto de esconderla o mimetizarla contra la pared, en un intento vano por hacerse invisible ante nosotros o intentar un “yo no estoy aquí”. La Dama rió nerviosamente. Yo también reí. Víctor simuló lo propio, pero internamente. Por lo que pude observar, parecía molesto o perturbado. Todos reímos nerviosamente, como quien está en una fiesta a la que no fue invitado y ha sido descubierto.

Cuando Víctor siguió su marcha, expliqué como pude las razones que tuve para decir aquella frase a La Dama. Le dije que se debía al hecho de que no se había inmutado cuando pasó frente a mí. Ella negó haberme visto en el cruce de pasillos.

Víctor, por su parte, se había marchado con su versión de los acontecimientos. No alcanzó a escuchar la explicación. Lo había entendido como una proposición indecente de mi parte hacia La Dama. Había escuchado: “¿Será que dormimos juntos?”. Una invitación pues, con todas las de la ley.

Luego de ello La Dama entró en el servicio, yo continué por el corredor al tiempo que Víctor se dirigió a su oficina. Levantó el teléfono y en voz baja cuchicheó con alguien del entorno: “Sabes la última, el Caballero ha invitado a La Dama al lecho”. Por el auricular se deslizó una exclamación. “¿Siiii? ¡No puede ser! ¿Y entonces?”. “Y en pleno pasillo” continuó  Víctor su pequeña cháchara. “Como lo oyes. Yo pasaba y fui invitado de piedra. Menos mal que ni se fijaron en mí, tan interesados como estaban el uno en el otro”. “¿Y después que pasó?” soltaron desde el auricular. “Pues nada, siguieron por el pasillo hablando cariñosamente. De esta noche no pasa”.

Más tarde, luego de superar el ajetreo característico del atasco vehicular vespertino de Caracas, Víctor llega a su casa y le cuenta a Chichila, su esposa: “¿Sabes que El Caballero de Marras ha invitado a La Dama a acostarse juntos?”. “¡Noooo!”, responde asombrada y con cara de chisme la mujer. “Si. Sin ningún pudor. Ya no hay respeto en el sitio de trabajo. La mujer ni se inmutó. Accedió de inmediato”, prosiguió Víctor. “Es que ese Caballero está de lo mejor, en su punto”, interrumpió Chichila. “Vamos, mujer, ¿Qué pasa aquí? Solo te estoy contando”, rugió Víctor. “Tranquilo Víctor, –dijo Chichila– sólo bromeaba. ¡Qué humor!”. “Cuidado con una vaina”, siguió rugiendo el marido.

Riiiiiing, suena el teléfono. Atiende Víctor: “¿Aló? ¡Ah! Hola Ismael. ¿Qué cuentas? ¿Yo? Bueno, aquí, peleando con Chichila. En mi cara echándole los perros a un compañero de oficina. Lo vio en la fiesta de Navidad y no le quitó nunca el ojo de encima. Claro, yo me hice el loco pero lo vi todo. Menos mal que el hombre está enredado con una Dama en la oficina. Los capturé, él invitándola a acostarse y ella aceptando de una buena vez. La pecosita aquella que conociste en el Bowling. Si, si, La Dama. Umjú, con el mismísimo Caballero, nada más y nada menos. Si, cuéntaselo a tu jefa para que esté alerta. Tú sabes cómo son las cosas en la oficina. Cuando vienes a ver. Pues todo bien, chico, Chichila bien, los muchachos bien, ¿por allá? Me saludas a toda esa gente. Nos hablamos. Adiós”.

Una vez terminada la cháchara telefónica, Víctor se cambia de ropa y se dispone a realizar su tanda de ejercicios vespertinos. La criada, que andaba por allí, lo mira y se le acerca soltando a quemarropa: “¿De qué te ríes que de tu picardía te acuerdas?”. El, entre sorprendido y acostumbrado a que ella lo increpe así cuando Chichila no está a la vista, responde, no sin antes mirar bien alrededor: “No es nada, una pareja de la oficina ofreciéndose sexo en el pasillo y acordando de una ir al hotel. Es que estos son fines de mundo”. La criada hace un gesto interrogativo con la nariz. Víctor, mientras comienza su rutina de ejercicios en la caminadora, prosigue: “¿Quiénes más? La pecosita que invitamos al desayuno del sábado y El Caballero. Yo tampoco lo creía, pero no me lo contaron, yo mismo lo ví con estos ojos que se han de comer los gusanos. Fines de mundo Eloísa, fines de mundo”.

En eso repica un teléfono celular. Enfrascado como está en su rutina de ejercicios, Víctor hace un gesto a Eloísa para que corte la llamada, pero ella entiende que es para que atienda.

“¿Aló? Sí, este es el teléfono del señor Víctor, yo soy su criada. ¡Ah! ¿Cómo está señora Dama? ¿El señor Víctor? Ya se lo paso”. Eloísa giró su mirada hacia Víctor, con el telefonito cubierto por su mano: “Señor Víctor, es La Dama”.

Víctor ya había puesto la mano sobre el botón de pausa para regañarla por haber atendido, cuando escuchó, entre gotas de sudor, la palabra “Dama”. Miró a Eloísa, con ojos desorbitados, sin saber qué decir. Pero no pudo moverse de la caminadora. Sus piernas, deshuesadas como habían quedado, no respondieron al llamado inicial.

Un poco más allá, oculta tras una columna de la casa, Chichila se sostenía a duras penas, jadeando, con manos temblorosas, aguzando lo más que podía el oído, preparándose para lo que venía.

Lo mejor estaba por comenzar…


*Imagen: www.howstuffworks.com

Saturday, June 23, 2012

Internet, el nuevo vecino de la cuadra



Mirando alrededor del restaurant nos damos cuenta que en todas las mesas, sin excepción, hay una persona sin articular palabras, mientras concentra toda su atención en la pantalla de un teléfono celular. Peor aún, hay algunas mesas donde las cuatro personas que las conforman están mirando la pantalla de sus celulares y apenas si se cruzan palabras entre sí.

¿Cuánto ha cambiado el mundo desde que internet y los dispositivos tecnológicos irrumpieron con fuerza en nuestra vida cotidiana?

Si bien sentimos que nos ha acercado la información hasta niveles indecibles e impensables hace apenas décadas, también sentimos que nos ha alejado en lo que se refiere a nuestras relaciones interpersonales.

El acercamiento de la información no necesariamente debe ser visto como una ventaja. Hoy más que nunca es difícil monitorear la formación de nuestros hijos porque hay un nuevo amigo en la vecindad, un amigo invisible pero efectivo, que dice lo que debe y lo que no debe, con una profundidad visual y capacidad de captación nunca antes vista, sin dejar nada para la duda, sin controles de ningún tipo, y con un alcance que se pierde de vista.

Una información sobre cualquier tópico, considerada inadecuada, es descubierta en una madrugada insomne y al momento compartida con decenas, que a su vez se transforman en centenas, y dependiendo de la noticia, de su impacto y de la capacidad de penetración de “las repetidoras” puede llegar a miles, millones en muy corto tiempo.

Para el momento en que alguien note el impacto negativo de la nota, el alcance de la misma se ha expandido tanto que ya es imposible recogerla, corregirla, explicarla con la pedagogía requerida y con las palabras adecuadas a la edad del receptor.

La capacidad investigativa de los infantes también ha llegado a niveles muy bajos. Ya no es común que un niño pida a sus padres que lo lleve a una biblioteca indagar o pesquisar sobre una materia escolar, cualquiera que ésta sea, o verlo indagando en enciclopedias o libros de texto para realizar una tarea solicitada por la maestra. Medios como Google o Wikipedia se encargan de poner al alcance de los niños información que muchas veces no está comprobada científicamente, y con eso hacen tareas de manera automática, obteniendo la calificación correspondiente con suma facilidad.

Eso por una parte. Por la otra los aleja de la necesaria socialización, de compartir cara a cara con amigos con ideas y modos de ser diferentes o parecidos. Es común que se hable de tener 500 “amigos” a los que nunca le han visto la cara, de “trending topics”o tendencias de Twitter, de “buzzs” (cuchicheos) de Facebook. Es triste saber que esos jóvenes con 500 “amigos” apenas si intercambian palabras cuando llegan a sus casas con su madre, padre, hermanos, nana, cachorrito o cualquier ser vivo que ose atravesarse en su camino desde la puerta hasta el ordenador. Apenas se escucha “ción”, “…la”, “…ién” antes del portazo de su habitación, de donde habrá que sacarlo a la fuerza para que cene con la familia, con ojos enrojecidos y la mente en todas partes menos en la mesa del comedor, mientras que en su cuarto todos los canales de comunicación están en modo de pausa, esperando para engullirlo entre sus tentáculos hasta bien entrada la madrugada.

Sin lugar a dudas queda abierto un debate acerca de cómo establecer canales eficaces de comunicación con los niños y adolescentes en esta era de la información al alcance de un click en el ordenador o el teléfono celular.

Hijos con muchos más amigos virtuales que en el mundo real podrían ser el indicio de que algo anda mal en sus vidas, y en nuestras vidas…

Sunday, June 17, 2012

Mientras cocino...


Me dispongo a cocinar y mientras reúno los ingredientes en la mesa pienso en la mujer gorda del edificio del frente, que se desviste por completo frente a su ventana. En el ínterin observa que la estoy mirando, pero sigue desvistiéndose, como pensando “éste es mi espacio y en él hago lo que quiero”. La observo desde mi ventana sin atinar a moverme, como cuando haces zapping y te encuentras con un canal de TV que no querías ver pero allí te quedas absorto, minutos van, minutos vienen.


Ocurrió hace unas horas y aún pienso en eso. Todo mientras coloco el salmón, perejil, cilantro y ajo porro. Entra Anna a la cocina y me recuerda el vino blanco y las alcaparras, que no los ve en la mesa. Luego se va y yo vuelvo a mi película personal.



Siguiente spot: un joven que conversa con su padre en un restaurant sobre la inmediatez del twitter y su negativa a hojear el periódico. Su padre se halla sumido en la lectura y lo conminaba a leer los artículos que va leyendo. Nada. El hijo no sale de su teléfono inteligente. En un instante el padre se cabreó y le dijo en voz perfectamente audible: “Inmediatez…si no fuera por la rejilla en el drenaje de piso, seguro defecarías en la ducha. Por la inmediatez, claro está”. El hijo levantó, por fin, la mirada de su smartphone.



Voy pelando las cabezas de ajo, aplastándolas en un mortero y agregándolas junto con la sal al salmón. Luego procedo a picar el verde (perejil, cilantro y ajo porro) y a agregarlo también.

Aparece el mesonero del restaurant de todos los días, Darío, de mal humor porque el fútbol le ha corrido la clientela. Parece desesperado. No es la misma cara de alegría de cuando las mesas están llenas. Como un pez nadando en aguas con poco oxígeno. Apenas me ve me da la carta y se queja amargamente de la poca asistencia. “Es el furor de la Eurocopa, le digo, pero nada cambia en su triste rostro.



Pongo aceite de oliva en el wok y enciendo la llama. Doy giros al sartén para que el aceite ocupe toda la superficie y el pescado no se adhiera a las paredes. Me asomo a la ventana, y en lugar de mirar a la ciudad, recorto el ángulo visual hasta copar la ventana de la vecina gorda. No está. Sigo pensando en lo que haría si estuviera. Como cuando haces el zapping y te detienes en aquel canal donde te quedaste pegado aquella vez, a pesar de que no era lo que buscabas para ver. Y te vuelves a quedar, como preguntándote “¿y aquí ahora en qué andarán?”.

El pescado entra acompañado del verde a saludar al aceite ya caliente y la mezcla de olores, inmersos en el vapor, lo envuelve todo. Pico las alcaparras muy finitas y las agrego al festín del wok. Remuevo. Pongo la tapa.

Aparece una señora de cierta edad en el supermercado, me ve frente a las verduras y me pregunta: “Señor, ¿esto es apio españa o célery?”. No me ubico en el hecho de que sólo busca conversar con alguien y respondo sin titubeos: “Célery, señora”.  Frustrado el intento, se marcha con el carro de la compra, con un débil “Gracias” de por medio. Y es ahí, muy tarde ya, cuando caigo en cuenta de que es lo mismo apio españa que célery, que por cierto está muy firme, muy fresco, al contrario de mi mente, que burbujea como un Alka-Seltzer en caída libre hacia el fondo del vaso con agua, mientras veo a lo lejos a la señora en un nuevo intento, esta vez con otra víctima.

Destapo y agrego vino blanco. Aquel vapor me borra los pensamientos y me lleva al Mediterráneo sin escalas. Incluyo un  toque de cerveza. Pruebo. Me gusta. Pongo la tapa y a esperar.

Me sirvo una copa de vino. Esto de la cocina me está gustando mucho…


Thursday, June 07, 2012

Natural y artificial

Dos formas diferentes y parecidas al mismo tiempo, rara belleza, una creada por el hombre y la otra por Dios. Ambas representan una flor. Disfruten las imágenes…