“En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse…”. Es la letra de un
viejo bolero en la voz de Tito Rodríguez. ¿Y ustedes en qué piensan cuando
escuchan eso?
Cada uno de nosotros guarda dentro de sí un cofrecito de recuerdos de
esos amores inolvidables.
Podremos olvidar objetos valiosos, cambiar de casa o de país, pero ese
cofrecito no se lo mostramos a nadie y no lo dejamos en ninguna parte. Lo
atesoramos. Es como un chip adherido al alma.
No importa lo que pesa el contenido, es la intensidad del momento vivido
lo que lo llena.
Un beso (furtivo o no), una caricia, una llamada, una carta recibida o
enviada, un souvenir, una sonrisa, una mirada. Son muchas las formas de
aderezarlo.
Y cada uno de esos instantes eternos lleva consigo implícita una melodía;
bien porque sonaba de fondo en ese momento, bien porque con el tiempo
encontramos similitud entre la letra y el instante, o porque la música evoca la
mirada, el beso o la chispa que enciende el recuerdo.
Y ese recuerdo está, no cambia con los años, vueltas va y vueltas viene
en nuestra mente. Y basta que lo evoquemos para que la sonrisa se nos dibuje a
flor de labios…
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