Finalmente aparecí…
Hola a todos mis
queridos amigos y amigas. Se han dado cuenta que he estado un poco alejado de
esta casa, ocupado en otros asuntos, vitales para mí pero con la vena de
escribir en completo estado de alerta, queriendo brotar sin tener la
oportunidad. Ya estoy aquí de nuevo.
Los días han
estado movidos pero todo ha ocurrido muy velozmente y ahora se encuentra, en
medio del trajinar, tratando de volver al estado de equilibrio ideal.
El oleaje sigue
alto pero ya salió el sol con la promesa de resucitar los mejores días y
convertir al ancho mar en un espejo.
Eso me hace
mucho bien.
Las cosas se van
sucediendo como en un film, cada fotografía es diferente de la anterior y las
escenas van cambiando vertiginosamente.
Yo siempre
comparo mi vida con un viaje en velero, con sus días buenos y sus días malos,
pero pendiente siempre de seguir un rumbo, de mantener una trayectoria hacia el
objetivo, que no es otro que permanecer feliz.
Hoy es un día de
esos en los que veo al mar con respeto, y él me devuelve la mirada a través de
un banco de peces que, colorido, se mueve silenciosamente alrededor del barco,
desprendiendo burbujitas a su paso, y añadiendo bonitos y suaves tonos al rugir
permanente del oleaje.
Esos pececitos
de diferentes colores brillantes me hacen sonreír, cambiar la mirada al
horizonte a discernir dónde termina el mar y dónde exactamente comienza el
cielo. En eso me hallo cuando una gaviota, con su aletear mañanero, interrumpe
con su cantar. Las alas abiertas, ahora quietas, en natural juego con el
viento, planeando, oteando el mar a distancia, respetándome mi banco de peces,
como sabiendo que nunca será su intención cortarme la sonrisa.
La gaviota pasa
y yo me quedo observando su vuelo, sus leves giros, su mirada siempre al
horizonte, su aletear. Sus movimientos corporales son quienes delatan su estado
de ánimo, su quietud. No sé si está feliz, no sé si pensativa, no sé si sólo
busca comida, o pareja, o a su madre. El salto de un pez fuera del agua me saca
por momentos de mi cavilación. Luego desaparece en el intenso azul verdoso
brillante iluminado danzante del mar.
La vida sigue. Y
yo tratando de descifrar su danza, a fuerza de tonos, de embates de brisa, de
cantar de aves, de rugidos, de saltos de peces, de otros barcos que aparecen en
el horizonte, viniendo de quién sabe dónde, yendo quién sabe a qué lugares, de
pensamientos que aterrizan en mi mente, de cosas que se han ido quedando sin
hacer, y quién sabe si todavía tiene sentido continuarlas, o emplear ese tiempo
en cosas nuevas. La vida no para. Las olas comienzan a reventar contra la
costa, y en la orilla un niño camina descalzo, absorto, sin mirarme, recogiendo
conchas que ha dejado la marea al retirarse.
El niño no ve el mañana, no ve el ayer, sólo ve sus conchas, que guarda pacientemente en un
cubo, bota algunas cuando descubre otras que le gustan más, no mide la
distancia que camina, concentrado en su tarea matutina. Ese niño que hoy
observo, pero ayer fui yo, sin querer me envía un mensaje: Carpe Díem Oswaldo,
aprovecha el día presente…
Mi querido y nunc aolvidado Osvaldo... tambien estoy de regreso!!!! Te dejo un abrazote y un beso, mi blog es http://corazondemadre.blogspot.com
ReplyDeleteHola Lady Paula! Mi primera comentarista, hace ya casi siete años! Hay cosas que nunca se olvidan porque siempre van con uno a todas partes. Por aquí siempre serás bienvenida. Un abrazo enorme y un besazo!
ReplyDeleteMi pana, este estado tuyo es una nota.
ReplyDeleteUn fuerte abrazo!
Hola Guaglione! Es así. En esas ando...un abrazo amicone!!
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