Hace mucho
tiempo, en una aldea del interior, existió un hombrecillo, de condición humilde,
que se encontró un buen día sin su principal herramienta de trabajo.
Desesperado, de solo imaginarse lo que le
vendría, corrió hacia el templo y se arrodilló frente a su santo favorito,
pidiéndole que le ayudase a encontrar dicha herramienta.
A su vez
prometió al santo entregarle tres monedas de oro al templo, a manera de ofrenda,
por el descubrimiento del lugar donde la misma se hallaba escondida.
Sucede que
al siguiente día apareció el anhelado utensilio. Y el hombrecillo, ¡oh,
sorpresa!, no tenía consigo las prometidas monedas de oro.
Volvió al
templo con su cara muy lavada, sin inmutarse, ubicó de nuevo al santo, se
arrodilló y oró:
"Oooh mi
apreciado santo, que has hecho realidad la aparición de mi herramienta… ¿Serías
capaz, y si no es mucho pedir, de hacerme encontrar con cierta premura tres moneditas de oro?".
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