"Dicen que las personas abren su corazón cuando están frente al mar". N.P. Banana Yoshimoto
Tuesday, September 27, 2011
Torta de chocolate
Hoy almorcé un pollo a la plancha en salsa de maíz, y polenta, acompañado de una ensalada “pico de gallo”. Sencillo pero delicioso el plato. Luego a trabajar toda la tarde.
Cuando eran las cinco, me dio hambre como si no hubiese almorzado. Y no tenía una galletita que mordisquear, ni un chocolate, cosa rara en mí.
Me puse a pensar en la razón del hambre intempestiva, y me vino a la mente la “pico de gallo”, que tenía mucho tomate, al parecer. Quizás.
Bajé un momento y compré unas galletas de avena, que comí acompañadas de un café con leche. Volví a la oficina, pensando en que en mi estómago aún faltaba algo dulce, con chocolate.
Fue entonces cuando a mi memoria vino esta torta (en la fotografía del post), que sirven en un restaurante de Houston, y de la cual comen varias personas de lo grande que es.
Hay cosas que se extrañan repentinamente. Y lo de hoy fue esa deliciosa torta de chocolate. ¿Dónde habrá una como esa en Caracas?
Saturday, September 24, 2011
La lectura, yo y mi otro yo.
Leer es toda
una experiencia sensorial. Es increíble como lees a algunos autores y sientes
que estás viendo una película ajena, con unos personajes extraños a ti, que los
sigues porque, bueno, porque empezaste a leer el libro y nunca se sabe cuando
la trama va a dar un giro y se va a poner buena. A veces esto nunca sucede. Y
otras veces nunca lo sabrás porque rehusaste continuar leyendo aquel bodrio. Me ha
pasado.
Algunas veces
el libro te engancha, y ya no eres dueño de ti mismo. No puedes dejarlo, ni que
quieras, y termina el libro siguiéndote durante todo el día, a todas partes, hasta cuando vas al baño
(a veces no terminas de abrir la ducha buscando un momento de parar la adictiva
lectura).
Otras,
terminas descubriendo que el personaje eres tú mismo, o tu otro yo (a quien
sólo tú conoces y no le cuentas a nadie). Vas leyendo y te vas sorprendiendo al
saber que ese fantasma que habita dentro de ti, que piensa, siente y padece
como tú, aunque no igual que tú, es el mismo que el escritor plasmó en su obra.
Ya tu fantasma interior deja de ser un secreto, y aunque no le dirás a nadie,
el personaje se hará famoso en letra ajena, y te mirará rimbombante, sabiendo
que tu verdadero yo, ése que la gente conoce, se ha quedado en la estacada.
A recorrer otros
mundos nos lleva la lectura. Mundos a veces desconocidos, unas veces reales,
otras, inventados, y las más de las veces en un limbo entre lo real y lo
imaginario, como en los cuentos de Onetti o las novelas de John Grisham.
Sensación de déjà vu dejan algunos.
Me gusta cuando me
identifico con el personaje. Bueno, me refiero a mí, el que la gente conoce, o
al otro que habita en mí, lo mismo da. Es entonces cuando vivo los relatos con
mayor intensidad. Lloro, río, me lleno de rabia, destapo una carcajada, ante la
mirada atónita de los que me rodean, y me hace feliz que me vean como loco
porque ellos no saben de los caminos que recorro con la lectura, de cuánto me
identifico con el protagonista de aquellas letras, y cuan vivos son los hechos
y la realidad virtual que se ha abierto frente a mí.
Son esos los libros
que más me gustan, y Haruki Murakami sabe mucho de eso.
Monday, September 19, 2011
Seis años
Hace seis años comencé a escribir en esta casa virtual de grandes ventanales por donde entran los rayos del sol radiante, con muchos sueños e ilusiones de comunicarme con ese mundo, entonces desconocido, que está allí afuera, más cerca de lo que se puede imaginar.
Escribía desde tiempo atrás, en hojas sueltas que quedaban por allí, perdiéndose siempre entre mudanzas y viajes, y esa fue la primera gran diferencia que percibí. Aquí todo queda, y puedes volver a ello cuantas veces quieras.
He plasmado unos cuantos ejercicios de imaginación, y me he dado cuenta que algunas cosas que escribí en un entorno y un tiempo dados, al pasar ese tiempo, cambiar el entorno, al releer, de seguro habrían sido escritas de manera diferente luego del cambio posterior.
Las vivencias, la gente que conoces, el ambiente que te rodea, todo influye enormemente en las cosas que escribes, en el cómo las escribes, el cómo las percibes en un momento dado.
Vivir nuevas experiencias es fundamental para encontrar inspiración. Es parte de lo que reflejas en tus líneas, más allá del mensaje.
Seis años y más de 380 publicaciones han logrado llevarme hasta ese punto en el que te sientas a escribir y el tema y las palabras vienen solos hasta la punta de tus dedos.
Soy feliz por eso, si, porque simplemente me encanta escribir. Es uno de los mayores placeres de la vida. Estoy estudiando un poco acerca de ese arte, el de escribir, leyendo recomendaciones de algunos de mis autores favoritos, y aprendiendo de lo que ellos escriben. Y leyendo, porque la buena prosa es bastante lo que enseña.
En esas ando, seis años después…
Agradezco mucho y abrazo fraternalmente a los habitués, que los hay, a los fortuitos, que también los hay, a todos los que alguna vez han recalado en esta bahía y se han quedado a leer. Para ustedes escribo.
Seis vueltas al Sol. ¿Quién lo diría? Cin cin! Cheers! ¡Salud! Kanpai!
Tuesday, September 13, 2011
La piedra
Momentos de paz y de armonía. La sencillez prevalece. No hace falta mucho para propiciarlos.
No es cuestión de un lugar en el mundo. Cada uno tiene su magia.
Importan mucho las personas que nos rodean. Su buena vibra concurre para hacer especiales los momentos.
Momentos de contemplar el paisaje y regocijarse en la quietud del mismo. En el fondo melódico de los ruidos naturales, que asemejan la banda musical del escenario. El salto de un pez en el agua. El canto de una bandada de pájaros que sobrevuela. Las olas al chocar con la orilla. Todo se confabula. Todo conspira.
Lanzo una piedra hacia el agua. Un ruido particular al chocar con la superficie, seguido de cerca por el de las gotas que han saltado nomás entrar la piedra a invadir la quietud del fondo. Se altera el paisaje submarino. Se levanta la arena y hace turbio lo que antes fue claro, diáfano, transparente.
Por momentos dejo de ver los bancos de peces brillantes como metales pulidos al sol. La roja estrella de mar. Las verdes algas aferradas al fondo marino. La turbiedad, con el tiempo, desaparece. Todo vuelve a ser lo que era. Con la sola excepción de la piedra que ahora yace en el fondo. Nuevo huésped. De allí, de ese mismo fondo había venido y hasta allí ha vuelto. Ha marcado el último compás. Como en la danza perfecta del Universo…
*Fotografía de Anibas en http://objetivomalaga.diariosur.es/fotos-anibas/jugando-agua-476333.html
Sunday, September 04, 2011
Jerry
Un amigo blogger y a su vez colega Ingeniero dice que a él le gusta venir a este blog porque soy el único ingeniero que no escribe sobre su profesión sino que muestra otros aspectos de su personalidad.
La verdad sea dicha, escribo muy poco sobre la ingeniería, salvo ese aspecto indeleble que es el eterno enfrentamiento entre mi yo escritor y el ingeniero, tan disímiles ambos y, como el famoso comic “Catdog”, obligados a convivir en estas cuatro paredes corporales.
Pero he aquí que en este mundo ingenieril también suceden cosas un tanto alejadas de los números y las coordenadas, más bien unidas a la psicología y a la complejidad e insatisfacción eternas del ser humano, que bien valdría la pena escribir sobre ellas, eso sí, cambiando la identidad de los personajes para protegerlos, así que, cualquier parecido con la realidad es solamente coincidencia.
Comenzaré escribiéndoles de Jerry. Nos conocimos de manera fortuita, pues recibí una “asignación”, que es como se conoce en este mundo al hecho de que te agreguen a un grupo de proyecto o de tarea específica.
Cuando uno es asignado, sabe ya de por sí que lo esperan tareas arduas, no tanto desde el punto de vista ingenieril, sino del psicológico. Se trata de encontrarse con nuevos personajes que se identifican tanto con la tarea asignada, que muchas veces cualquier extraño no es bienvenido, porque es visto como alguien con quien hay que compartir una torta que es finita, y por lo tanto, los pedazos serán más pequeños a partir de ese momento. Cruda realidad.
Pero vamos, que es de mi jefe en el grupo de tarea de quien hablaremos. Nunca vi en Jerry puntos de coincidencia conmigo cuando nos topamos por primera vez. El, blanco, alto, ojos azules, estadounidense del sur, alborotó mis prejuicios. De buenas a primeras solo pasó una palabra por mi mente: racista. Nada más que decir. A partir de allí mi trabajo se haría sobre alambre de púas.
Jerry, por su parte fue más simple y fue directo al tema que nos ocuparía las próximas semanas. Explicó la tarea con lujo de detalles, qué esperaba él de mí, en cuanto tiempo debería ejecutarse y cada cuanto debería enviarle un reporte de mis acciones, ya que estaría ubicado en otro lugar, trabajando a distancia. En ese tiempo no se había popularizado el mensaje de texto y nuestra comunicación estaría basada en el teléfono y el correo electrónico.
Yo opté por la segunda alternativa, prejuiciado como estaba de un americano oriundo de Pascagoula, Mississippi, con cara de pocos amigos, muy estricto y circunspecto.
Así nos mantuvimos por espacio de dos meses hasta que un buen día recibí una llamada. Se trataba del mismísimo Jerry, harto ya de recibir solo reportes, y cambiando las reglas iniciales que el mismo impuso, solicitando mí presencia un día a la semana en su oficina, separada de la mía por 30 kilómetros de carretera nacional. A medida que el trabajo avanzaba, se fue alargando la estadía semanal en la oficina de Jerry, hasta establecer visitas puntuales a mi antiguo lugar de trabajo permanente.
De esta manera terminé de conocer al americano con pinta de Marine, sureño de ojos azules, que fungía de jefe en ese entonces.
Como había intuido era un hombre estricto en su trabajo. Era el primero en llegar y el último en salir. Y a diferencia de sus coterráneos expatriados, no se dejó deslumbrar por la belleza y las curvas de la mujer venezolana, sino que se dedicaba por completo, durante largas jornadas, al avance del trabajo. No salía a almorzar durante la hora que nos daban al mediodía. Traía su comida en una cava y almorzaba en su escritorio, desde el cual lo veía reírse mirando al ordenador. Quién sabe qué cosa miraba que la causaba mucha risa y una que otra carcajada.
Muchas veces me llegó la hora de irme y él se quedaba trabajando como si fuesen las ocho de la mañana. Mucha energía destilaba Jerry, y como también soy workaholic, comenzamos a llevarnos mejor al saber que hablábamos el mismo idioma.
Y fue así como pude conocer al Jerry persona. Un tipo enigmático, poco dado a la expresión corporal. Pendiente del más mínimo detalle con respecto al trabajo. Yo lo abordaba en sus aspectos personales al final de nuestras largas reuniones.
“Pascagoula” –le decía– “¿acaso sale en el mapa?”
El se reía animosamente y respondía:
“Claro que sale, tiene un astillero muy famoso”.
“¿Pascagoula? ¿Astillero? ¿Dónde? ¿Cuándo?” –le respondía en tono de broma.
Así, de a poco, fuimos bordando un buen compañerismo, circunscrito, claro, al ambiente de trabajo. Es que éramos muy diferentes. El vivía para trabajar y yo, por más énfasis que le ponga al trabajo, lo hago para vivir.
El día que terminé mi trabajo en la asignación me dijo que siguiéramos trabajando, más allá de la hora de almuerzo, que el invitaría al final. Me emocioné, en parte por haber abierto esa puerta intransitable y siempre cerrada de Jerry, entre lo personal y lo laboral. Un almuerzo contribuiría a cimentar un buen piso para una futura amistad.
La sorpresa llegó alrededor de las dos de la tarde, cuando ya todos habían vuelto del almuerzo y trabajaban de nuevo, me dice Jerry: “Bienvenido a Jerry´s Restaurant”, y sacó de debajo de su escritorio la famosa cava. Al abrirla me la mostró y continuó: “Escoge el que quieras, hay de jamón de pavo y de queso solo, ah, y escoge tu bebida”. Adentro reposaban entre los cubos de hielo algunas latas de Pepsi, Fanta Naranja y Sprite. Ese era nuestro almuerzo de despedida. Nunca hubiese imaginado que ese almuerzo final fuese a salir de esa cava. Por el contrario, hacían horas que mi estómago crujía de placer imaginando un buen pescado frito, humeante, a orillas del mar en las cercanías.
Como si eso fuera poco, me mostró la razón de sus carcajadas durante sus almuerzos diarios desde la cava. En su ordenador había una especie de tablero con un título: “Fart Soundboard”. Había una larga hilera de botones que, al ser accionados, daban lugar a diferentes sonidos de pedos, sí, pedos que de acuerdo a su sonido eran bautizados con nombres como “Puerta dura”, “La Mecedora”, “El Suavecito”, “El Cortagramas”, “El Trompetero” y un largo etcétera.
Nunca hubiese imaginado que hubiesen sitios en la red destinados a almacenar los ruidos que producen los pedos al salir (buscar con google “fart soundboard”), y menos que fuesen la diversión de personas como Jerry, afanados y apegados al trabajo duro, pero, ya sabemos que “caras vemos y corazones no sabemos”.