¡Hola a todos! 2010 se acerca raudo a su final, y no puedo sino desearles lo mejor. Ojalá a todos nos de por ponernos creativos en el 2011, y que nuestra cosecha de frutos la podamos compartir.
Antes de irme les dejo un cuento corto titulado "La nena de la blusa verde". Ojalá les guste. Ya saben que los quiero mucho. ¡A los caballeros abrazos, y a las chicas baci, kisses, beijos, muxu bat, petóns, besos!
"La nena de la blusa verde"
La nena de blusa verde mira a todos lados, entre la multitud y no me encuentra. No se ha dado cuenta que estoy en el vagón atestado que acaba de detenerse frente al andén. No he podido avisarle que me metí, bueno, que me metieron va mejor. Veo con angustia que me busca en todas direcciones al mismo tiempo que suena la alarma de cierre de puertas. Intento salir sin lograrlo. La gente comprime más y dejo de verla, tras el hombro del grandullón que se atraviesa. El vagón sigue su marcha. Y yo como sardina en lata. Sin mi nena de la blusa verde.
En medio de todo pienso: “...la siguiente estación, ¡allá la esperaré! ¡Eso es!”. Me logro bajar. Y comienza mi espera en el andén atestado de la otra estación.
La gente empuja, se insultan, conatos de peleas van y vienen, muchísimo calor y agresividad en el ambiente. Y yo allí, en medio de todo eso, esperando un vagón que no termina de aparecer.
Escucho en los altavoces que hay retraso. Ya me imaginaba. Invadido por la angustia, siento que me empujan desde atrás. Me viro a reclamar. Un gigantón me observa directo a las pupilas, las manos empuñadas en la cintura, cara de poco o ningún amigo. A su lado, dos cómplices me miran con sonrisa burlona ¿o retadora? Sigo virando, fingiendo indiferencia, 360 grados, y vuelvo a mirar a los rieles. Atrás sigo escuchando las risas burlonas en el tumulto de voces.
Por fin la bocina del tren. La gente se arremolina en la demarcación de las entradas de vagón. No siguen un orden. Parece (¿es?) un enjambre a punto de atacar. Y pensar que justo allí viene la nena. Suena la alarma y abren las puertas. Comienza la bronca. Forcejeos. Insultos. Gritos femeninos. El caos. Por momentos no se sabe quién entra y quién sale. De la masa humana caen carteras, unas llaves y un teléfono móvil. Los pisan. La cartera cruje por dentro, las llaves chirrían, el móvil en pedazos que solo se mantienen unidos por la funda que los envuelve.
Veo una blusa verde que intenta salir en medio del forcejeo. En la mano empuña unas gafas de sol. ¿Será ella? No puedo verla. Me acerco a ayudar. La halo con fuerza. –¡Suéltame estúpido! –me grita a la vez que se suelta con furia. Me quedo de una pieza. No es ella. Intento disculparme pero no tuvo caso pues siguió su marcha, rauda y furiosa. En el ínterin se vuelve a escuchar la alarma de cierre de puertas y el vagón continúa su marcha.
Sigue llegando más gente, apretujándose unos a otros. Y yo allí, sin idea cierta de qué hacer. Sudo. Un mar de olores me envuelve. Aire caliente alrededor. Nada. Esperar.
Aparece otro tren. La misma historia. Gritos, empujones, alarma, puertas que abren, más empujones. Nadie sale. Algunos entran. Insultos. Alarma. Puertas que cierran y tren que sigue.
Ya no soporto estar más allí. Me viro e intento salir. Busco las escaleras hacia la calle. Sudado. Con una mezcla de olores ajenos, recién adquiridos, entre perfumes y sudores varios. Vejado. Humillado. Y sin la nena de la blusa verde.
Por fin salgo a la superficie. Aire fresco y frustración al mismo tiempo. ¿Dónde habrá quedado la nena? ¿Habrá pensado igual que yo? Quizá no pudo salir y tuvo que continuar en el vagón. Respiro profundo, cierro los ojos, me resigno y camino. Me tocan levemente por detrás. Volteo con susto, pensando que el gigantón viene a por lo suyo, a terminar la faena. En su lugar, una blusa mojada en sudor. Y una sonrisa. Era ella. La nena de la blusa verde.
*Imagen: "The girl in a green blouse". Pintura de Amedeo Modigliani, 1917. National Gallery of Art, Washington, DC, USA