Estoy leyendo “Rain”, de Jeffrey J. Fox (Jossey-Bass/Wiley, 2009), uno de esos libros interesantes sobre negocios que tanto me gustan. Versa sobre la sapiencia para los negocios que comienza, y se va desarrollando a partir de la simple labor de la venta de periódicos cuando niños, y que sorprendentemente tiene como protagonistas a hombres como Warren Buffett, Walt Disney, Sam Walton (Wal-Mart), Don McLean (American Pie), Tom Cruise, Rev. Martin Luther King, Jr., Isaac Asimov, John Wayne, Willie Mays, Jackie Robinson, Bing Crosby y, entre otros, a los presidentes (CEO) de entes como el Bank of America, General Electric, Time Warner y Goodyear. Todos comenzaron con la noble labor de repartir periódicos en las casas, siendo niños, cuando sus amigos aún dormían entre cálidas sábanas y en las tardes con el vespertino, cuando esos mismos amigos jugaban apaciblemente.
Me trajo a la memoria mi primer trabajo, que no fue otro que lavar los carros (coches) de mis vecinos del edificio y, posteriormente, de la manzana completa. Recuerdo que decidí hacerlo un buen día, cansado de esperar a que mi padre me diera dinero para ir al cine los fines de semana, y ocurría que muchas veces no había excedente y simplemente tenía que esperar a la próxima semana. O la siguiente.
La primera vez me costó mucho hacerlo, porque no quería exponerme a las burlas de mis amigos de entonces, que no tenían otra cosa que hacer sino jugar y estudiar. Pues decidí que tenía que arreglar el tiempo para hacer las tres cosas: estudiar, jugar y trabajar. Sólo que cuando yo tenía que trabajar, bajo un sol inclemente, ellos jugaban, eso cuando no pasaban a mi lado a saludarme y mirarme con cierta lástima.
Así lo percibía yo. Algunos hasta se atrevieron a preguntarme por la situación económica de mi casa, que en verdad era crítica, pero en un tono de burla, o de compasión.
Sin embargo seguí adelante con mi propósito. Era eso o seguir en la misma rutina de pedirle a mi padre, y esperar, y esperar.
Poco a poco fui desarrollando la técnica, la velocidad, lo que me fue permitiendo abarcar un mayor número de carros (coches) y lograr la satisfacción de mis clientes y, como consecuencia mi dedicación, la lástima de mis amigos.
Fue mi primer contacto con el trabajo, con la labor realizada y el dinero obtenido por ello. Para ello sacrificaba todas las mañanas y más de una tarde de los días sábado y domingo durante por lo menos 50 semanas al año. Mis manos destrozadas eran mudas testigos de mi ardua labor.
En los inicios, esperaba con mis implementos la llegada de los potenciales clientes. Con el tiempo, ellos iban hasta mi casa a reservar el espacio de tiempo para el servicio de sus vehículos durante el fin de semana, y pagaban un adicional que yo agradecía mucho en esos días.
Aprendí mucho de la vida en esos días que transcurrieron entre mis doce y mis quince años, cuando me becaron en el liceo (cosa que continuó en la Universidad). Compré mis primeras prendas de vestir, llevaba a una amiga al cine, compré un guante de béisbol, las pelotas, le compraba cosas a mi mamá, todo con el dinero que ahorraba.
De esos días me quedó un gran aprendizaje, que tiene que ver más con la persona que con los negocios.
Aprendí el valor que una simple propina puede tener para un empleado que presta un servicio, con la cual se puede completar el pago de una inscripción a un curso de sus hijos, comprar una medicina y otras cosas que, a los ojos de otro son invisibles.
Aprendí el valor de trabajar bien, aunque nadie te esté mirando o supervisando. Hace lo mejor que puedes con las ventajas que tengas en ese momento y lograr la plena satisfacción del cliente.
Aprendí que no se puede vivir con tabúes, que hay que derribar paradigmas, que el trabajo no avergüenza, y que el sacrificio, tarde o temprano, tiene sus frutos.
Aprendí que un amigo es el que te quiere por lo que eres y nunca por lo que tienes. El que te respeta, independientemente de tu condición económica. Aquel que puede mirar lo que es invisible a los ojos.
Aprendí que se puede ganar mucho dinero combinando las habilidades e inteligencia particulares para satisfacer las necesidades de un cliente (principio que permanece activo y vital en mi trabajo actual de ingeniería).
Aprendí que se siente una inmensa satisfacción personal cuando se gasta el dinero ganado en buena lid, sudado, sacrificado, pensado y planificado, y que no se siente igual cuando es dado, obtenido de manera fácil, sin esfuerzo alguno de por medio.
Aprendí a entender y a apreciar a los que no han tenido la misma fortuna que yo he tenido. A los que los caminos de su vida los han llevado al infortunio de tener que hacer trabajos difíciles, pesados, incómodos o desagradables, y que aún así, lo desempeñan de la mejor manera posible, sabiendo que es necesario que alguien lo haga, y que jamás te niegan una sonrisa, siempre presente a flor de labios. A ellos, estoy seguro, pertenece el Reino de los Cielos.