Ya antes escribí sobre mi pasión por la lectura. Siempre encuentro el momento indicado para arrellanarme en mi sofá y a leer se ha dicho. Es una pasión incontrolable. Nadie se imagina lo feliz que soy cuando entro a una librería. El simple olor me tranquiliza y me alegra el espíritu. Lo primero que hago es mirar alrededor, las estanterías, los libros que desde lejos se ven multicolores por doquier. Luego me dirijo a mis secciones favoritas (idiomas, viajes y literatura), a ver qué hay de nuevo.
Voy a dos tipos de librería, la grande, una inmensa, de dos pisos, donde entro generalmente los fines de semana y salgo dos, tres o cuatro horas después, en las nubes de tanto ver, y muchas veces con algún ejemplar debajo del brazo.
También voy a otras donde existe la figura del librero, ese amigo que, aunque no te des cuenta, conoce tus hábitos de lectura y te recomienda las novedades, ese que te escucha los cuentos y te ayuda a liberar el estrés, ese que sabe cuándo vienes a comprar y cuándo a conversar sobre cierto y determinado libro, ese mismo que ha leído tanto sobre tantas cosas, que conoce tanto sobre libros y editoriales, entre otras cosas.
Ya tengo varios amigos libreros. Los más allegados son Eduardo Castillo (Librería Centro Plaza) y Alexis Romero, que también es poeta y escritor (Librería Templo Interno). Aunque no somos amigos, conozco al señor Andrés Boersner, de la Librería Noctua, donde generalmente reina un silencio tan bonito, tan relajante, que no me he atrevido nunca a interrumpirlo para presentarme sino para preguntar algo, que él responde con mucha dedicación. Hace poco tuve la dicha de conocer al señor Roger Michelena, gran librero, padre de mi amiga Samadhi, compañera de clases de mi hija.
A Eduardo lo conozco desde mi adolescencia y nuestras conversaciones son bastante gratificantes, qué decir de las mantenidas con Alexis, quien últimamente me ha recomendado grandes libros.
Entre ellos, el último que leí, de Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser” (me lo prestó Alexis ya que no se consigue actualmente en Caracas). Gran libro, me trajo a la mente personajes y hechos que se repiten en la historia de nuestro país actualmente. Es un libro fascinante donde a través de la historia y vivencias de cuatro personajes principales, Kundera nos desliza los entretelones de la invasión rusa a Checoeslovaquia, por allá por el año 1968 (¿otro déjà vu?).
Actualmente estoy terminando “Cotidiano. Manual de Instrucciones” del Arquitecto Alberto Sato, un libro extremadamente interesante, conteniente de una serie de ensayos realizados en torno a los objetos. No se puede leer con rapidez, es necesario leer y sedimentar. Para mí, Sato es un genio describiendo la razón y ser de las formas y los objetos.
El siguiente en la fila es “El Abanico de Seda”, de Lisa Lee, sobre la vida de unas mujeres en la China del siglo XIX. El tema me atrae sobremanera, tanto como el de las Geishas, de las cuales he escrito anteriormente.
Como pueden haber notado, la lectura es mi hábito favorito. Con los libros he viajado, reído, llorado y reflexionado muchísimo. ¡Larga vida a los libros!
Voy a dos tipos de librería, la grande, una inmensa, de dos pisos, donde entro generalmente los fines de semana y salgo dos, tres o cuatro horas después, en las nubes de tanto ver, y muchas veces con algún ejemplar debajo del brazo.
También voy a otras donde existe la figura del librero, ese amigo que, aunque no te des cuenta, conoce tus hábitos de lectura y te recomienda las novedades, ese que te escucha los cuentos y te ayuda a liberar el estrés, ese que sabe cuándo vienes a comprar y cuándo a conversar sobre cierto y determinado libro, ese mismo que ha leído tanto sobre tantas cosas, que conoce tanto sobre libros y editoriales, entre otras cosas.
Ya tengo varios amigos libreros. Los más allegados son Eduardo Castillo (Librería Centro Plaza) y Alexis Romero, que también es poeta y escritor (Librería Templo Interno). Aunque no somos amigos, conozco al señor Andrés Boersner, de la Librería Noctua, donde generalmente reina un silencio tan bonito, tan relajante, que no me he atrevido nunca a interrumpirlo para presentarme sino para preguntar algo, que él responde con mucha dedicación. Hace poco tuve la dicha de conocer al señor Roger Michelena, gran librero, padre de mi amiga Samadhi, compañera de clases de mi hija.
A Eduardo lo conozco desde mi adolescencia y nuestras conversaciones son bastante gratificantes, qué decir de las mantenidas con Alexis, quien últimamente me ha recomendado grandes libros.
Entre ellos, el último que leí, de Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser” (me lo prestó Alexis ya que no se consigue actualmente en Caracas). Gran libro, me trajo a la mente personajes y hechos que se repiten en la historia de nuestro país actualmente. Es un libro fascinante donde a través de la historia y vivencias de cuatro personajes principales, Kundera nos desliza los entretelones de la invasión rusa a Checoeslovaquia, por allá por el año 1968 (¿otro déjà vu?).
Actualmente estoy terminando “Cotidiano. Manual de Instrucciones” del Arquitecto Alberto Sato, un libro extremadamente interesante, conteniente de una serie de ensayos realizados en torno a los objetos. No se puede leer con rapidez, es necesario leer y sedimentar. Para mí, Sato es un genio describiendo la razón y ser de las formas y los objetos.
El siguiente en la fila es “El Abanico de Seda”, de Lisa Lee, sobre la vida de unas mujeres en la China del siglo XIX. El tema me atrae sobremanera, tanto como el de las Geishas, de las cuales he escrito anteriormente.
Como pueden haber notado, la lectura es mi hábito favorito. Con los libros he viajado, reído, llorado y reflexionado muchísimo. ¡Larga vida a los libros!