“Cuánto control, y cuánto amor,
tiene que haber en una casa (país, en este caso).
Mucho control, y mucho amor,
para enfrentar a la desgracia”
Rubén Blades, juglar.
Cuesta un poco escribir serenamente en estos días. La confrontación política se ha intensificado en mi país. Hay dos bandos claramente identificados, chavismo y oposición, enfrentados sin, prácticamente, ninguna posibilidad de diálogo. Se ha alimentado el odio de clases a niveles explosivos y esto me causa bastante angustia.
Hasta ayer fuimos un pueblo hermano con cualidades pocas veces vista en los conglomerados humanos actuales, como son la igualdad, la hermandad, la amistad. Claro testimonio de esto ocurrió en 1999 cuando grandes aludes de tierra, piedras y agua arrasaron la costa del litoral central llevándose consigo a cientos de miles de pobladores. En esos días podías ver a gente de todas las clases sociales juntas, como una sola, en las operaciones de ayuda a los damnificados de la tragedia. Allí pude constatar con mis propios ojos que niñas de colegios de clase alta entregaban alimentos a madres provenientes de los lugares de la tragedia, limpiando los lugares de refugio con un amor pocas veces visto.
¿Dónde ha quedado todo eso en estos días?
El proceso electoral se llevará a cabo el próximo domingo 3 de diciembre y lo ideal es que la pugna terminase en las urnas, de las cuales saliera la resolución del conflicto, pero muchas cosas me dicen que no será así. El clima político se caldea cada vez más y más sin signos de bajar al menos el tono beligerante en los discursos políticos de los últimos días.
Ojalá esté equivocado y sea sólo una angustia personal. Mis manos se levantan en oración.
Las manos de la fotografía del post fueron dibujadas por el famoso pintor alemán Albretch Durer, o Alberto Durero, en homenaje a las de su hermano, quién se sacrificó para que él fuese lo que llegó a ser. La historia, contada por Og Mandino en su libro "Una mejor manera de vivir", a continuación…
“En el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nüremberg, vivía una familia con varios hijos. Para poner en aquella mesa pan para todos, el padre trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de carbón y en cualquier otra cosa que se presentara.
Dos de sus hijos tenían un sueño: Querían dedicarse a la pintura, pero sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas, los dos hermanos llegaron a un acuerdo. Lanzarían una moneda y el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios del hermano que ganara. Al terminar los estudios, el ganador pagaría entonces los estudios del que se quedaba en casa, con el dinero procedente de la venta de sus obras. Así, los dos hermanos podrían ser artistas.
Lanzaron la moneda un domingo al salir de la iglesia. Uno de ellos, llamado Albretch Dürer, ganó y se fue a estudiar a Nüremberg.
Entonces el otro hermano, comenzó el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció durante cuatro años, pagando los estudios de su hermano, que desde el primer momento causó sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos, llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de sus trabajos.
Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia se reunió para celebrar una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa y propuso un brindis por su hermano querido que tanto se había sacrificado por él para hacer sus estudios realidad. Y dijo: Ahora hermano mío, es tu turno. Ahora ya puedes ir a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de todos tus gastos. Todos los ojos se volvieron hacia el rincón de la mesa que ocupaba el hermano. Pero éste, con el rostro empapado por las lágrimas, se puso de pie y dijo suavemente: No, hermano, no puedo ir a Nüremberg. Es muy tarde para mí. Estos cuatro años de trabajo han destruido mis manos. Cada hueso de mis dedos se ha roto al menos una vez, y la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me ha costado trabajo levantar la copa durante tu brindis. No podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino, y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde. Pero soy feliz de que mis manos deformes hayan servido para que las tuyas hayan cumplido su sueño.
Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy, los grabados, los óleos, las acuarelas, las tallas y demás obras de Albretch Dürer, pueden ser vistos en los museos alrededor del mundo.
Una de las obras más conocida es la que dibujó para rendir homenaje al sacrificio de su hermano: sus manos maltratadas, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra, simplemente, "Manos". Pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y le puso por nombre "Manos que oran".
La próxima vez que vea una copia de esa creación, mírela bien. Permita que sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que nadie, nunca, ¡triunfa solo!"
Que Dios nos ilumine en estas horas por venir…