El
sol rojo es un fenómeno relativamente reciente. Quizás lo causa la calima, que
es una bruma gris que cubre el cielo y no deja ver nada.
La
luz del sol, al atravesar la calima, se pone rojiza, y produce un efecto
extraño en el ambiente. Hay un silencio, y nada se ve a lo lejos. Una sensación
de encierro. De ahogo. De sofoco.
Al
mismo tiempo el sol se ve más grande. Me trae a la mente la bandera de Japón. Y
me crece la duda de por qué se ve más grande. ¿Será la época del año? Pero nunca me había fijado.
Ese tamaño del círculo solar no lo tengo registrado en la memoria. ¿Nos estamos
acercando? La NASA quizás lo sabe pero no nos lo dice para no crear alarma.
Y
si nos acercamos, ¿Qué puede pasarnos? ¿Se alteran las mareas? ¿Y con ellas el
período de las mujeres? ¿Vienen más terremotos? ¿Se modifica el clima? ¿Nuestro
temperamento varía? Preguntas sin respuesta. Ahora es cuando nos estamos
fijando. Y cavilando.
Mientras,
la esfera solar continúa mostrándose, enorme, pesada, roja, desafiante. Cada
quien se lo toma a su manera. Veo gente en diferentes sitios tomando
fotografías del crepúsculo. Eso no era común en Caracas.
El
fenómeno no termina con el atardecer. Ahora, cuando hay luna llena, ella
también es más grande. Más brillante. Más iluminada se ve la ciudad. Claro, como
si estuviésemos en medio de una tormenta de arena, la calima va de por medio.
La
Luna, a pesar de todo, se impone. Con su gran círculo luminoso, extraordinario como el del sol, y pinta de profundo misterio la noche caraqueña.