Como cuando pierdes un bolso y con el
tiempo es que te vas dando cuenta que algunas pertenencias que ya no encuentras
estaban dentro del mismo. Así me pasa con mi papá. Hay días que amanezco
pensando en cosas que me gustaría conversar con él y tarda un tiempo para darme
cuenta que ya se fue.
Cuando voy a visitar a mamá me vuelve a pasar. Estoy cerca de la puerta y lo siento abriéndome, hasta que caigo en
cuenta que es mi hermana, y aún así espero que aparezca detrás de la puerta. No
asimilo que ya vuela en paz por otros cielos. Eso cuesta un poco.
Extraño mucho el hecho de que él siempre tenía ese punto de vista
en el que yo no había pensado en cualquier asunto de la vida. Esa otra arista
no explorada.
Ahora busco otras alternativas
cuando quiero indagar en ese punto negro que no puedo ver a simple vista.
Cuando tengo un problema que quiero
ventilar para ver opciones, lo más interesante que se me ocurre es recurrir a las mujeres, porque
ellas tienen un esquema mental distinto al de la mayoría de los hombres. Y
siempre encuentran un lado no explorado que podría dejar una buena solución al
problema planteado.
Es fácil deducirlo con un ejemplo. Te
piden ellas que le busques unas llaves que tienen en la cartera. Metes la mano
y encuentras todo menos las benditas llaves. Basta que ellas se medio acerquen
y estiren la mano y suenan las llaves que, aunque te hayas convertido en pulpo,
no podrías siquiera hacer sonar. Así son ellas. Cóncavo y convexo. Marte y
Venus.
Siempre hay una arista que no se te
presenta a primera vista. Una arista a la que le encanta esconderse, a
sabiendas de que es ella, precisamente, la pieza que le falta al rompecabezas
de la situación planteada.
Mi papá solía encontrarla. Parecía
saber siempre dónde era que yo no había registrado. Bastaba con plantear la
situación, y en pocas palabras, las interrogantes que te iba dejando, para que
el fuese rellenando espacios y resolviendo el crucigrama. Eso cuando no iba
directo al grano y de un plumazo te planteaba la escena con todos los detalles.
Creo que esa sapiencia viene con la
experiencia, con los años, con lo vivido. Mientras, queda seguir aprendiendo a
deducir, a remover alguna pieza que parecía encajar (a veces pasa), a mirar hacia ese ángulo
desconocido que no se dibujó en las primeras de cambio. O a recurrir a palabras
de sabio, que deambulan por todas partes, muchas veces sin ser advertidas por
la mayoría.
Papá ya no está para preguntarle.