El
pasado 12 de julio nos dejó un gran amigo, mejor persona, ingeniero y
percusionista llamado Dervis Romero. Esa pérdida la he lamentado en lo más profundo de mi ser,
dada la calidad humana de mi amigo.
Ese día le escribí una nota a Bismarck Lara (otro amigo) diciéndole que Dervis
era una de esas personas de las cuales tu deseas irte primero para no tener que
sobrellevar la pena de extrañarlo por siempre.
Su
amiga del alma, la periodista Lil Rodríguez le escribió una reseña para el
diario Últimas Noticias de Caracas el domingo pasado. Lil gentilmente me ha permitido
reproducirla, porque mis palabras no alcanzan la belleza de las suyas en este
triste momento.
“Música
por Dervis”, por Lil Rodríguez en “La Cota Lil”
Hizo su propio llamado a las cuatro de
la mañana del pasado jueves. A esa hora se despertó mi hijo en su casa, a esa
hora se cayó de la cama bruscamente por un sobresalto su nieta Dahomey, a esa
hora se despertó alarmada una de sus hermanas, a esa hora varios amigos, como
Martha López y Agapito Hernández también se levantaron a dar vueltas sin saber
por qué, pero deprimidos; a esa hora quien escribe pegaba un brinco
sobresaltado.
Fue la hora que escogió Dervis Romero para avisarnos que iba a
entregar el testigo. Y personalmente no me cabe duda, porque a falta de habla,
el espíritu escoge la forma de avisar lo que el cuerpo no puede.
Hasta
ese preciso instante nos negábamos a la idea de que pudiera irse el amigo, el
confidente, el consejero, el asesor, el músico, el profesional, el hombre que
fue Dervis.
Sano
por dentro y por fuera, limpio de alma y dotado de virtudes tan escasas hoy,
Dervis era el auxilio permanente, la mirada precisa, la sonrisa perfecta…
Con
él como amigo era imposible que uno se sintiera solo. Y es que Dervis era
también como un médium, que sabía, aunque uno no le contara.
-Ringgg
-¿Aló?
-¿Qué
te pasa Lil del Valle?
Siempre
me llamó por mis dos nombres…
Una gaita
Dejando
a un lado sus condiciones de ingeniero humanista, o de humanista ingeniero,
Dervis Romero poseía otra virtud escasa: nunca se encasilló musicalmente en un
ritmo. Sabía de todas las músicas, y bien, con conocimiento de causa. No en
balde pasaba horas escuchando y apuntando, para luego compartir.
Con amor
infinito hablaba de la monumental obra de Juan de Dios Martínez, allí, en el
sur del lago de Maracaibo, y con ternura desglosaba las etapas de Cesária Évora,
o los aportes de Miguelito Cuní al fraseo en el son montuno, para pasar con
deleite a analizar el mundo de los arreglos hechos por el Pavo Frank, o las
novedades de la salsa de los barrios, y seguía con intensidad mostrando las
sutiles diferencias entre un joropo oriental y uno del llano, o expresando su
admiración por José Romero Bello. Y así seguía delineando la actualidad de la
música en África, pero no con generalidades sino país por país, con los nombres
de los intérpretes, y sobre todo, de los instrumentos.
Sentía especial
predilección por el sonido de la Kora, y distinguía sin problemas las
profundidades de la percusión en el Bendir, el Yembé o el Atabaque. Y nos
enseñaba. Así de prodigioso y bien formado era su oído. Cuando Dervis sacaba un
habano ya uno sabía que lo que venía era para coger palco.
Tan
hermosa como su cultura era su estampa. Siempre me pareció que Dervis era la
reencarnación de un fino sonero de la década de los treinta o de los cuarenta.
Siempre combinado, bien arreglado, mucho blanco y guayabera, el infaltable
gorro, como si tuviera un egbó permanente mandado por Shangó.
Y el abuelo
Nació
el 23 de agosto de 1962 en Maracaibo, y en su seno familiar fue el único varón.
Tal vez por eso el apego profundo al abuelo, figura indispensable en su
conversación para hilvanar historias de la gaita, de la zulianía, de los
personajes que ofrendaron perfil a la tierra por el sol amada.
Amante
de las tradiciones venezolanas, a Dervis le encantaba cargar con los aperos de
la cocina, las verduras, los aliños, las cervezas, los discos, las libretas, el
carbón, todo con tal de que un buen almuerzo tuviera sabor de tierra adentro.
Tal vez por ese amor a lo genuino fue que se enamoró de Nelly Ramos, la amada a
la que ofreció el brazo y el alma cuando ella estoicamente se reponía de tanta
pérdida con la tragedia del “Madera” (hermanas incluidas) y de golpes que
hicieron mella en sus sentimientos.
Ese
amor de Nelly y Dervis era para nosotros como el Hans y Jenny, que
inmortalizara Aquiles Nazoa: Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor
compartían como dos colegiales comparten sus almendras… Por ejemplo, Hans
reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes y en la mirada de
los niños, y en las hojas secas. Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas
de los mendigos y en el perfume del pan tierno, y en las más humildes monedas.
Así,
con problemas y todo, se sentía la energía amorosa de Dervis y Nelly,
rompecabezas colorido, siempre oloroso a ámbar.
Y la muerte pisó el huerto
Muchos
en el barrio comenzaron a darse cuenta de que algo no encajaba cuando
observaron que no era Dervis el que estaba sacando a pasear a la perra, a esa
perrita que salvó magullada, herida de debajo de un carro.
Y es que Nelly no
avisaba a nadie de tan llena de angustia por lo que veía: Dervis daba tumbos.
Lo que supusieron los médicos que era laberintitis, era un derrame. Johany, la
hija de Nelly que con tanto amor Dervis levantó fue la que comenzó a avisar. Ya
lo habían operado, y el pronóstico no era bueno.
Entonces
vino la rebelión de todos como forma de esquivar la realidad. Pero ella, la
realidad, se hizo presente a pedacitos.
Vi
a nuestra amiga del alma, siempre tan fuerte y animosa, colocar en el oído de
Dervis la voz infantil de Dahomey diciendo “te quiero abuelo, te quiero”, y los
compases de uno de sus temas favoritos, el Donna Lee de Miles Davis con
arreglos y ejecución del Pavo Frank, para luego caer desplomada en llanto sobre
el pecho amado. Su mano en el corazón de Dervis le daba el tiempo. “No se
siente, manita, no se siente”.
Era temprano ese jueves, y estábamos con Nelly,
ya que después del aviso de las 4 de la madrugada habíamos enrumbado mi hijo y
yo desde Guarenas a La Floresta. Las hermanas de Dervis, ejemplares y dignas,
Nelly, Uncas y yo entonces lo supimos: no había sístole y diástole sino una
inmensa paz de ojos cerrados con un gorrito puesto y una vía abierta hacia la
eternidad.
Si la muerte pisa mi huerto/¿quién firmará que he
muerto de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?/¿quién pondrá un
lazo negro al entreabierto portal?
Hoy
descansará en su amado Maracaibo, el de Chinco y Rafael Rincón, el de Ricardo,
el de su abuelo del alma, la tierra de donde salió para encontrarse con San
Agustín para siempre. Por eso este viernes, en su despedida, todos cantaron:
Compañero
de cantos y labores, compañero de la libertad/ en el campo donde dejas tu vida
tu presente y tu futuro está.
No
abandones la tierra, compañero…
Lil Rodríguez
Imagen:
Cortesía de Uncas Montilla