Yo siempre he creído que los buenos momentos en una casa se viven en la cocina y no en el recibo o la sala de estar.
Siempre lo he pensado así porque en mi vida los mejores encuentros y conversaciones han transcurrido allí, las mejores palabras las he escuchado allí, y esa mezcla entre la buena conversa, la buena comida y la buena bebida que se sucede allí es lo mejor que tiene la vida para darnos.
Nada mejor que dejar colar un buen vino tinto, mientras se pican la carne o el pescado, los ajíes, el célery, el pimentón, el jengibre, el cilantro, el perejíl, y al mismo tiempo se disfrutan sus olores, texturas y sabores, combinados con la uva que permanece en tu paladar.
A medida que avanzan las cocciones y corren los caldos, las conversas se desinhiben y se hacen más cálidas y personales, el ambiente se hace más íntimo y es justo allí cuando se hacen tan particulares esos momentos. Es allí cuando la conversación se hace sublime y la inspiración sube hasta la estratósfera, logrando una atmósfera muy especial.
Me ha tocado aprender a preparar un plato peruano, el ceviche de pescado, en buena compañía y en tres diferentes sesiones: la primera fue esperar fuera de la cocina mientras una pareja peruana experta preparaba el singular plato gastronómico. Nuestra labor era degustarlo y adivinar los ingredientes y los pasos a seguir para su elaboración. La segunda sesión consistió en elaborar uno mismo el plato, según lo que se haya entendido de la sesión anterior. Allí se cometen errores que se ven reflejados en los sabores finales del plato. Uno a uno son detectados y corregidos por los expertos para finalmente hacer una tercera sesión, donde, en teoría, todo debería salir bien.
A mi parecer, el hecho de que una comida salga mal o bien depende mucho del estado de ánimo del cocinero. Si éste está de mal humor no hay sapiencia que valga, y todo se irá al traste, lo que se constatará al probar el producto final. Y lo que es más, soy capaz de saber el humor del cocinero, aún sin haberlo visto, probando su comida.
Mi profesora de italiano, quien es excelente cocinera de platos italianos y postres decía siempre que “no hay comidas malas sino malos cocineros”, queriendo decir con esto que el mal sabor de una comida nunca debería atribuírsele a ésta sino a la mala preparación o falta de conocimiento de la misma por parte del cocinero de turno. Nada más cierto, según he podido ir comprobando en la vida.
La receta varía un poco según la región del Perú donde se prepare, y según el gusto del cocinero que le da sus toques particulares. La pueden ver en muchas páginas de internet. Sin embargo a mí me gusta ésta.
A los que se atrevan, que la disfruten tanto como yo, en sus sabores, texturas, olores, aderezada con muy buena conversa, buen vino y mejor humor, eso sí, que no falte la belleza femenina, que es “la guinda del pastel”. ¡Buen provecho!