Sii, yo soy ese viejecito que usted mira de reojo en la botella oscura cuando está en una fiesta o agasajo.
Si, si, el mismo que usted ve cuando le da vueltas a la misma buscando un sello que diga "12 años" o cuando esta verificando que no tenga la franja roja que delata que entró al país por el puerto libre (duty free), a lo que usted tanto le teme, quien sabe por que razones.
Me llamo Thomas, o Tom para los mas allegados, aunque la mayoría me conoce como "el viejo Parr" (Old Parr). Por cierto, en su país ahora les ha dado por decirme "el viejo Parra", lo cual me disgusta, sin ánimos de ofender.
Nací en 1483 o al menos eso es lo que dice mi partida de nacimiento, en el pueblito de Shrewsbury, Inglaterra.
Tuve una infancia tranquila de muchacho de pueblo, sin muchos tropiezos.
Nunca pensé que iba a vivir tanto. Imagínese, ¡152 años!
¿No me cree? Hay datos que lo comprueban y, por lo menos en mi tierra y en Escocia, nadie lo pone en duda.
Me casé por primera vez a los 80 años, relación en la cual tuve dos hijos, para que usted vea. Fueron treinta años de vida tranquila y feliz.
Cuando me preguntaban por mi longevidad yo respondía que se lo debía a mi dieta rigurosa de vegetales, a mi conducta moral y a la ingesta moderada de malta escocesa mas que todo.
Lo de la moral me jugó una mala pasada cuando eché una canita al aire y mi amante me dió un hijo que jamás pude negar de tan parecido que salió a mi, je, je, je. Todo el mundo se enteró. Tenía 105 años en ese entonces. ¡No diga que no era mio!, ¡si éramos dos gotas de agua!
Mi primera esposa murió en 1605 cuando yo apenas tenía 122 añitos. No soporté la soledad y me volví a casar ese mismo año.
Mi nueva esposa y yo tuvimos una vida relativamente tranquila hasta que en 1635 se apareció de visita por mis tierras mi tocayo Thomas Howard, Conde de Arundel.
Resulta que el hombre conoció mi historia y se emocionó tanto que se ofreció para llevarme ante la corte del Rey Carlos I, cosa que me fue dificil rechazar y fui a parar a Londres con mi tocayo el Conde de Arundel, ¡no del Guácharo chico, que broma contigo!, allá en Londres no hay pájaros de ese tipo ni parecidos.
Allá me hice famoso rapidito contándole a todo el mundo mi vida y mis anécdotas. Rubens y Van Dyck, famosos pintores de la época, me retrataron con bonitos cuadros, ¿que te parece? Yo no lo podía creer...siii, yo se que tu tampoco pero averígualo, ¡tienes tarea!
Iba de fiesta en fiesta y mi fama con las mujeres crecía y crecía.
¡Que vida me estaba dando chico! después de haber pasado toda mi vida en la austeridad del campo.
El cambio, chico, fue tan brusco que dejé este mundo en 1635, como dice la botella. Ya tenía 152 años que pudieron haber sido mas si no le hago caso a mi tocayo, pero asi es la vida.
Me encontró el mismísimo Conde (el de Arundel chico, ¡que broma contigo!) tirado en la cama, tiesito.
Tan bien que me iba chico, fíjate que el poeta John Taylor me escribió una oda titulada "El viejo, viejo hombre o la edad y larga vida de Thomas Parr", ¿que tal?
Un último datico estimado Oswaldo, ¿sabes donde me fueron a enterrar? Pues en la mismísima Abadía de Westminster, al ladito de un tal William Shakespeare, como dicen ustedes: ¡chúupate esa mandarina pues!
La autopsia me la hizo el famoso doctor William Harvey, el propio, el que descubrió la circulación de la sangre e hizo el primer tratado sobre ese tema. ¿Sabes cómo me encontró? Pues en el informe escribió que mis organos estaban todos en perfecto estado, debido en gran parte al hecho de que acostumbraba a ingerir mi whiskicito a diario, claro, moderadamente. ¿Que te parece?
Y otra cosa amigo Oswaldo, a mi nadie me ha olvidado. Mi nombre anda de boca en boca, o de paladar en paladar, a través de los tiempos. Fíjate que en tu país, a pesar de la crisis económica y política, la gente me sigue pidiendo y hay un gentío que mira mi foto en la botella y se pregunta ¿y quien será este viejito? ¡Cuéntales!