Monday, April 24, 2006

Los nietos de Lennon


Ayer estuve en una fiesta infantil a la cual fuimos invitados.

Normalidad total para ese tipo de eventos a no ser por un acontecimiento muy particular, que me trajo a la memoria un artículo publicado hace varios años en la revista brasileña “Veja” de Sao Paulo.

El hecho en si es que pude observar como un infante de corta edad, alrededor de los 7 años, gritaba airadamente a su madre por cualquier incomodidad que tuviese en la fiestecita, la amenazaba delante de todos y la apuntaba con su dedo índice acusador. La progenitora soportaba estoica y calladamente el castigo. Momentos después el jovencito estalló en cólera y golpeó repetidas veces con furia a su mamá.

Algunos de los invitados pudimos presenciar el hecho pero verdaderamente es difícil intervenir cuando se trata de madre e hijo. ¡Ni pensar en reprender al nené! ¡Mucho menos tocarlo! Puedes terminar siendo aplastado por ambos seres por entrometido o algo similar como mínimo. Quedé atónito y sólo pensaba en el porqué de la actitud pasiva de la madre, lo cual para mi era el peor ejemplo de educación que ella le transmitía a su pequeño hijo. ¿Qué será de el en el futuro?

Volviendo al artículo de la revista “Veja”, escrito por Walcyr Carrasco, me permito traducirlo del portugués y ofrecérselos a ustedes. Quizás puedan ver a algunos seres reflejados allí, así como yo vi al niño de la fiesta de ayer.

Se titula “Los Nietos de Lennon. Casos de Angelitos que Jamás oyeron un no”:

“Nada como unas buenas vacaciones para sufrir una crisis histérica con los niños. No con todos, claro. Me refiero a un tipo especial de angelito, cada vez mas frecuente en las ciudades.
Sus padres, tíos y abuelos amaban a Los Beatles y a los Rolling Stones. Frutos de una ensalada de teorías libertarias (y leyes protectoras), las criaturitas lo pueden todo –y atormentan a todos.
Hace tres semanas, una pareja fue a almorzar en mi casa, con la hija.
Serví macarrones con salsa pesto. La “señorita”, del alto de sus siete años, lo probó, torció la nariz y declaró a gritos:

-¡¡Está horrible, horrible!!

Me hice el desentendido, pensando que la madre debía estar muerta de la vergüenza.
Pues no. Estaba feliz, y hasta orgullosa:

-Mi hija es muy auténtica.

La auténtica comenzó a golpear el plato con la cucharilla, esparciendo la salsa pesto por el fino mantel.

Apreté los labios, tenso.
El padre sonrió: -Creo que no estuvo feliz la elección del menú. Ella prefiere helado. Tiene la manía de mezclar helado con tocineta (bacon).

Prometí para mis adentros servir bofe (intestino de res) con azúcar quemada si alguna otra vez me volvía a encontrar de nuevo con ellos. Mi madre me obligaba a comerlo y a fingir que me gustaba. Ahora, en tanto debo continuar con mi apariencia gentil mientras la joven `gourmande` me lanza una tira de spaghetti en los lentes.

Recientemente, en una librería, vi a un niño agarrar un rollo de papel de una de las maquinitas de calcular de la librería. Mientras la pobre empleada intentaba salvar sus cuentas, la madre observaba plácidamente la escena.

Conozco otro muchachito que, apenas llegado a casa ajena, se lanza con los zapatos sucios sobre el sofá, tira las almohadas y agarra los ceniceros de vidrio sin escuchar apenas un ¡ah! de la madre, que a su vez mantiene la expresión extasiada porque el es “muy experto”.

Estuve cerca de un ataque cardíaco cierta vez que decidí llevarlo a pasear a un Centro Comercial (mall). Correr detrás de él por las tiendas fue equivalente a entrenar para un maratón. El simplemente parecía incapaz de percibir el sentido de la palabra “no”.

Para los espíritus aventureros, el ideal es ir los fines de semana a los Centros Comerciales (malls) y convivir con la nueva generación de `Lucies in the sky`.
Son centenas de niños agitados como abejas y dispuestos a picar en las piernas ajenas, como si los adultos fuesen un estorbo.
Lo peor: el espíritu anti-represor de la educación parece dar como resultado a pequeñas personalidades autoritarias.

-¡Papá, quiero pizza!
-Pero...
-¡Ya, papá. Ahora mismo!

Algunos tienen manías que me sorprenden.
Me llevé un susto en el restaurant japonés. Una niña, de unos ocho años, llegó con sus padres. Pidió, muy sofisticada:

-Sushi. Pero sólo de atún, con poca mostaza. Cuidado. La otra vez exageró. Y rápido, que tengo hambre.

El empleado del restaurant se le quedó mirando, casi en shock, con la cara erguida. Cerré los ojos para no ver más. Cuando los abrí, ella comía ágilmente, con los palitos japoneses.

Ya había visto escenas semejantes en tiendas.
Como la de un muchacho:

-¡¡Estos zapatos deportivos jamás, nunca jamás!!

El papá, tímidamente:

-Pero hijo, es igual al otro y hasta más barato...

-¡¡Yo sólo uso los de mi marca!!

Muchos niños conocen los logotipos de las marcas, los perfumes, son expertos en computación, ninguno resiste a un videogame.

Hacen que los padres les compren lo que quieren, y por este motivo, los dueños y empleados de las tiendas los reciben con amplia sonrisa y más de un suspiro de picardía.

Perdí a una gran amiga por causa de su retoño.
Había resistido a todo: mordidas en las almohadas, libros destrozados.
Hasta el día en que olvidé que dejé la puerta abierta de mi casa.
El entró, corrió y se colgó de la baranda del balcón de un sexto piso.
Asustado, grité: -¡Sal de alli! ¡Te vas a caer!

El angelito sonrió, con una de sus piernas balanceándose en el vacío.
Miré para los lados y vi a la madre.
Ella leía una revista con toda su calma.
Me sentí el propio Indiana Jones. Di tres saltos, me lancé de cabeza, lo agarré como pude y lo tiré al piso.

La madre vino furiosa:

-Tu no tienes derecho. Dejaste al niño fuera de si. Le impediste tener la experiencia integralmente. ¿Como va a reaccionar su cabecita?

-¿Caer del sexto piso es una experiencia integral?

Muchas veces, me dan ganas de darles un tremendo pellizco, a la antigua, a algunos de esos nietos de Lennon. Pero me contengo. La culpa, al final, no es de ellos, sino de una generación de país con horror a la palabra “no”. Y un buen “no”, sinceramente, no le hace mal a nadie”.

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